Por DIEGO ROMO JUÁREZ
Empecemos con una pregunta: ¿de qué manera los hablantes esperamos que las contribuciones conversacionales sean verdaderas?
Es bien conocido, entre quienes analizamos la interacción verbal y cómo la lengua funciona en ella, el artículo de Grice (1991) donde propone el Principio de Cooperación, bajo el cual los hablantes nos desenvolvemos en un intercambio verbal. A grandes rasgos, este principio asegura que tanto A como B, supuestos participantes de una conversación, mantienen el hilo siendo cooperativos entre ellos, siguiendo unas máximas que permiten que la comunicación se concrete de manera feliz (tomando un término de Austin y Searle). El propio Grice en su artículo también propuso que hay ocasiones en que este Principio de Cooperación se rompe con diferentes fines, siendo uno de estos el de crear un significado que quede implícito, que tenga que ser extraído a partir de ciertos elementos del discurso (como la conjunción pero enLorena es muy perfeccionista, pero es una gran líder[1]) o, en todo caso, de otros elementos meramente contextuales (—A: ¿Quieres ir por unos tacos? — B: Estoy algo cansadita); esto es lo que Grice llamó implicaturas convencionales e implicaturas conversacionales, respectivamente.
Si bien hay quienes hacen hincapié en que estas máximas no
deben ser tomadas como pasos a seguir o esquemas morales inquebrantables, sino
como recomendaciones para una comunicación eficaz (Escavy Zamora 2009), hay
otras posturas que consideran que este aparato teórico genera más problemas que
soluciones al analizar la interacción verbal (Wilson 1995, Wilson y Sperber
2012).
Cuando hablamos, establecemos un intercambio de información de muchos tipos, y
al mismo tiempo interpretamos esta información de diferente manera, incluso
cabe la posibilidad de tener más de dos interpretaciones al mismo tiempo, he
ahí la ambigüedad. A la vez, estas interpretaciones producen diversos efectos, y
prueba de esto puede observarse en la teoría de los actos de habla que propuso
Austin (1962) y que retomó Searle (1969), quienes, sin entrar en detalles,
consideraban que acción y lengua estaban íntimamente interrelacionados.
En este sentido, cuando hablamos, interpretamos, actuamos y provocamos que la otra persona haga lo mismo, y viceversa, nuestra interlocutora provocará también que nosotros interpretemos y actuemos (como pequeña digresión, lo bonito de la palabra interactuar). Establecemos, de alguna forma, una interacción, y en ésta hay cierta responsabilidad de ambas partes, responsabilidad por lo que decimos y responsabilidad por lo que hacemos que la otra persona interprete con nuestra emisión; insisto, hay cierta responsabilidad.
En un pequeño ensayo llamado Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, George Steiner (2005) menciona que una de estas razones estriba en la incapacidad que tenemos como hablantes de transmitir y dar a entender exactamente lo que queremos dar a entendery transmitir, y, de igual forma, de entender completamente todo lo que la otra persona quiso decirnos tal y como lo tiene en su cabeza. En ese sentido, lo único que puede quedarnos como participantes de una conversación es atribuirle veracidad a lo que la otra persona nos dice. La Máxima de Calidad de Grice, con quien empecé este ensayo, tiene alcance sobre esta parte, al proponer que nos aseguremos (1) de que nuestra contribución sea verdadera, (2) de no decir lo que creemos que es falso y (3) de no decir algo de lo que no tenemos evidencia.
No obstante, abundan ejemplos de nuestra interacción verbal en la que esto parece no cumplirse, como en los chistes o en los apodos o en las bromas o cuando exageramos o hacemos analogías o metáforas o cuando generalizamos o hacemos aproximaciones o cuando mentimos o cuando… ad nauseam. Esto hace que el aparato teórico de Grice se tambalee y no encuentre una explicación que deje a todos satisfechos. Como prueba de esto, algunos trabajos como el de Gibbs 1994 (apudDanziger 2010) han puesto en tela de juicio la idea de alguna manera defendida por Grice de que el sentido literal se interpreta antes, por ejemplo, en una metáfora, y de que cualquier otra interpretación se da hasta que se compruebe que la interpretación literal es falsa.
Una explicación plausible la da la Teoría de la Relevancia, que afirma que todos los ejemplos mencionados arriba —las bromas, los chistes, las metáforas, las mentiras— pueden ser explicados bajo los conceptos de habla suelta (loosetalk) y de habla estrecha (narrowtalk), que demuestran cómo (utilizando precisamente una metáfora) el significado de los enunciados se amolda dependiendo del contexto. Por ejemplo, si Frida va a la carnicería, pide un kilo de carne y la báscula marca 1.012kg,no quiere decir que Frida vaya a decirle al carnicero que ese no es un kilo, y que le quite los 12 gramos para dejarle 1.000kg, el kilo exacto porque eso fue lo que ella pidió. En este sentido, al pedir un kilo uno puede hablar sueltamente (loosely), aceptando que 1.012kg entra también en un kilo. En cambio, si Frida va a comprar taquitos, pide 4 taquitos con todo y le dan 3, es probable que se quede esperando el otro y que incluso le llegue a decir al taquero que falta un taquito, con todo. Es decir, en este caso, cuatro taquitos no implica un habla suelta. En cambio, si Frida pide los tacos para llevar y pide de la salsa que pica, aunque sepamos que todas las salsas pican, el taquero excluirá las que pican menos o casi no pican (otra digresión para notar lo bonito de la modulación), por lo que Frida utiliza un habla estrecha con la que restringe su expresión a un grupo específico de sus referentes.
Wilson y Sperber (1995) ofrecen de esta forma un marco de trabajo alterno que, más que oponerse a la Máxima de Calidad de Grice, la parte en dos caminos. El primero es que en vez de asumir automáticamente que un enunciado es interpretado como una creencia del hablante, el enunciado debe ser asumido como una creencia atribuible a alguien, incluyendo al hablante. Así, si Frida dice ¡los mejores taquitos del mundo! es probable que esté expresando la creencia de alguien que vio en tiktok, o que genuinamente sea su creencia o que los tacos no le hayan gustado nada y en cambio irónicamente reproduzca la creencia de ese alguien de tiktok.
El segundo camino es que en vez de asumir que el sentido literal de lo que se dice tiene que ser igual que el pensamiento de la hablante, Sperber y Wilson afirman que basta con que lo dicho solamente separezca al pensamiento de esta hablante. En este sentido, tal vez para Frida sean los tacos más exquisitos que haya probado, tal vez le hayan hecho sentir que el paladar se le derretía en la lengua, y aun así no podría explicarlo; sin embargo, Frida sabe que si dice qué ricos están estos tacos o si le habla a Mariana y le dice estoy comiéndome los tacos más buenos que he probado en mi vida (usando una oración transitiva canoniquísima) o si dice diceuff, padrino, taqueo, luego existo (?), sabe que basta con cualquiera de estas proposiciones para hacerle saber al taquero que los tacos le gustaron, porque “[they] merely resemble thisthoughttosomedegree”.
De esta forma, desde esta propuesta de Sperber y Wilson es
que creo que los hablantes esperamos que las contribuciones conversacionales
sean verdaderas. Porque además, tal vez no esperabas que Frida fuera una
persona, pero es mi perrita.
[1]Este es un ejemplo real, profesora, lo encontré hoy (9 de diciembre) en el primer episodio de la segunda temporada de Máster Chef Celebrity (2022), je jeje. Es curioso, no sé si la hablante quiso implicar lo que se puede entender, pero creo que funciona para demostrar que la conjunción pero tiene una carga en su significado que de algún modo genera una implicatura convencional. Un ejemplo que yo tengo presente al pensar en una implicatura convencional es el de X es inteligente, pero divertido, donde se implica que las personas inteligentes no son divertidas (ay, disculpe mis traumas).
Sé TESTIGO