Por: ROCÍO ARELLANO
El donjuanismo es una práctica recurrente en nuestros días. Aunque ahora no es tan complicado que las féminas se cuestionen tanto sobre la decisión a tomar para caer en los brazos del don Juan o pasarlo de largo hasta el siguiente prospecto. En la obra de Molière, encontramos un don Juan cínico, falto de conciencia hacia los valores morales, y extremadamente fascinante por esas mismas razones. Si acaso está su criado, Sganarelle, para indicarle sus faltas cometidas en virtud de las mujeres acaecidas por el deseo reprimido y que, debido a las normas sociales de la época, tenían que suprimirlo ante la vergüenza que eso suponía[1].
Una particularidad deldonjuanismo es que casi todo se centra en el deseo de la mujer. Cuando no existe ese deseo, el vacío que se siente no puede ser llenado con nada. Y es primordial buscar el deseo del otro, de otra manera, no tendría sentido. Hay que crear un vínculo especial con la mujer, una especie de complicidad para reforzar el deseo compartido. El engaño funciona solo cuando la mujer quiere ser engañada. De otra manera, la realidad golpea al don Juan y lo vence en su terreno.
El Don Juan de Molière, a pesar de su cinismo, nos ofrece una personalidad honesta en cuanto a sus intenciones. Jamás oculta su deseo y lo hace patente a sabiendas de que los demás lo tomarán a mal. Posee una personalidad encantadora, lo cual lo hace irresistible a todos los demás, incluyendo a los hombres. Hasta podría decirse que las mujeres comprometidas son sus presas favoritas: al seducirlas, seduce a la pareja de la mujer. Existe un control sobre las dos partes que integran la relación que destruye, que lo fascina y le impulsa a seguir la conquista. Así, no solo se queda con la mujer, también posee al hombre como parte del botín.
Don Juan es un ateo. No cree en la culpa, por lo cual, la exoneración, a su parecer, está dada. Su conciencia no está atribulada por las villanías que comete hacia las mujeres. Por lo tanto, no hay culpa por la que afligirse. Que sea tragado por las llamas del infierno supone un tropiezo a la personalidad del personaje. Si no se cree, no existe[2]. Pero había que darle un castigo para el deleite de las masas. Qué mejor que ser llevado al inframundo por mancillar el honor de tantas mujeres, esposos, prometidos; por mentir descaradamente a su familia, específicamente a su padre (su madre se vuelve en el subtexto una mujer intocable, reflejando el complejo de Edipo); y a uno que otro prestamista embaucado con sus lisonjas.
Molière nos muestra un personaje que, por sus anteriores características, el lector debería aborrecer. Mas nos queda la duda de porqué. Es su simpatía y encanto lo que nos cautiva. Y, siendo animales de placeres, nos evoca cierta similitud hacia nosotros mismos. Todos buscamos el placer, aún a sabiendas de que lastimamos o nos aprovechamos de los demás. El deseo es lo que nos mantiene. Cuando lo obtenemos, deja de ser deseo para convertirse en posesión. Don Juan no es hipócrita en cuanto a estos deseos. Los mantiene y lucha por ellos. Habría que preguntarnos si el final de Don Juan es justo o si sería mucho peor que terminara viejo y acabado sin poder hacer argucia de sus extintas habilidades amatorias. Sin duda, un final mucho más triste para aquellos que dominan el arte de ser un don Juan.
EL DONJUANISMO EN LOS ESTULTOS
Así como en la obra de Molière la visión de los hipócritas que juzgan al hombre que conquista doncellas es severa y conformada por años de tradición de la mentira, en la obra de Erasmo de Rotterdam, el Elogio de la locura o de la estulticia, nos acerca mucho más al hecho de cómo se manejaban las relaciones sociales y cómo repercute hasta nuestros días esa manera de llevar el día a día. Es comprensible que los estultos sean base primordial de la sociedad. Los vemos diariamente. La Cámara de Senadores está llena de ellos. Maestros, pilares de la educación, convertidos en payasos de circo, etcétera.
El amor propio de los estultos[3] nos remite al don Juan típico. Aquel que, pagado de sí mismo, explota sin escrúpulos a los demás. Se ama tanto que le es imposible amar a otros. Su propia estulticia le permite ver la belleza de las mujeres, mas no sentir el afecto que supone la personalidad en las futuras conquistas. El don Juan se sabe encantador, de otra manera su sentido en la vida no tendría mayor razón de ser.
Ahora bien, las mujeres conquistadas también tienen su parte de estultas[4]. No todo el dolor que deja tras de sí el don Juan es mérito de él. Las mujeres sabemos cómo sacar ventaja de nuestras virtudes físicas. Y es propio de nuestra naturaleza seducir aún inconscientemente. Es contener al don Juan en el camino que queramos, la mayor proeza que conseguiremos en esos términos.
Para el estulto, la razón no sirve de nada, es más un impedimento que una ventaja[5]. El estulto se deja llevar por las pasiones, por lo tanto, todo aquel que se precie de ser un don Juan debe, por mucho, ser estulto, o parecerlo al menos. Podría darse el caso de que por anteceder a sus pasiones, el don Juan estulto, pierda lo poco que le pudiera sobrar de razón. La locura de cierta forma se apodera de él. Ya no puede vivir sin el deseo, el cual se vuelve su alimento para poder seguir en el camino y continuar con sus andanzas. Entonces, se une la estulticia con la locura y tenemos al don Juan perfecto. Alguien que se deja llevar por sus pasiones sin importarle el dolor de los demás, ya que carece de la culpa. Aquel que deja de lado la razón para darle rienda suelta a su pasión sin medir consecuencias.
De alguna manera, no suena tan mal ser un estulto don Juan. Qué mejor manera de perder la razón que a través del amor efímero, ese que dura tan poco que nos parece una eternidad. Un segundo de sensaciones placenteras por una vida feliz y sin preocupaciones. Dicho así, me atrevo a reconsiderar al don Juan que por su estulticia nos puede provocar placer sin pedir nada a cambio y que por algunos momentos nos traerá la felicidad que solo las pasiones sin culpa pueden despertar.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
MOLIÈRE. Don Juan, Austral Editorial, España, 2017.
ROTTERDAM, Erasmo de. Elogio
de la locura. Coloquios, 7ª. ed., Porrúa, México. 2007.
[1] Sganarelle nos gana con su desparpajo al criticar a su patrón, don Juan, siendo pieza clave para descubrir y a la vez encubrir las conquistas de su amo. A su petición de que don Juan sea desaparecido de la faz de la tierra es que al final de la obra su patrón es llevado al infierno.
[2] Si creemos que existe un dios, ergo, creemos que existe el diablo. Si creemos en el diablo, también creemos en un dios. Al ser don Juan ateo, queda un tanto impreciso en la lectura que lo devoren las llamas del infierno.
[3] Se refiere a la filaucia, hermana de la estulticia, alterego de inusitada perfección.
[4] “La mujer será siempre mujer, es decir, estulta, aunque se ponga la máscara de otra persona”.
[5] La sabiduría gobierna a la razón, la estulticia a las pasiones.
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