Connect with us

SUSCRÍBETE

Ensayo

Autobiografía de un lector (IV)

Por FRANCISCO VELÁZQUEZ

En una de las clases de crítica literaria del posgrado que cursé en la UAM leímos “Hombre con minotauro en el pecho”, de Enrique Serna. El cuento era útil para ejemplificar y discutir temas relacionados con la recepción de obras literarias y artísticas,pues esa aparente lección que Picasso da a los mercaderes de arte que solo se interesaban por el valor de su firma y no por su obra, tatuarle a un niño un minotauro en el pecho, se transformó en algo distinto de lo que él pensaba. Meses después de aquella clase, en una de las sesiones del taller de novela neopolicial mexicana, leímos El miedo a los animales (1995), del mismo autor. Aunque habían pasado muchos años desde que leí a Enrique Serna por primera vez, al releer parte de su obra recordé que Miedo a los animales fue el libro que marcó mi momento de entrada en el inconmensurable universo de los libros fotocopiados.

            Recuerdo que leí por primera vez ese libromientras estudiaba la licenciatura en ciencias de la comunicación en San Luis Potosí; era 2004 y tenía diecinueve años. La novela formaba parte de un conjunto de lecturas entre las que se encontraban Diablo guardián, de Xavier Velasco, El libro vacío, de Josefina Vicens, y Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Como suele ocurrir durante la etapa estudiantil, en aquel entonces no podía comprar los libros y solamente me alcanzaba para sacar copias fotostáticas; la mayoría de las veces tampoco tenía el dinero para engargolar el libro fotocopiado. Que las hojas estuvieran sueltas representaba un auténtico reto de lectura por la precisión y cuidado con el que se debía dejar la página leída, esto con la intención de que al final de la lectura el libro estuviera en orden. El caso de Diablo guardián quizá sea el más difícil en ese sentido debido a sus más de 500 páginas de extensión, número que podría llegar al doble si se fotocopia cada página del libro en un solo lado de la hoja de máquina. También recuerdo haberle prestado esa novela fotocopiada a una amiga. Visto desde la actualidad, ese gesto entre ella y yo podría resultar anacrónico, pero en aquel entonces, vernos un sábado por la mañana en los pasillos del Departamento Universitario de Inglés de la UASLP para sacar de mi mochila más de mil fotocopias y entregárselas en un folder amarillo que se doblaba mientras lo tenía en las manos, no solo era un acto subversivo e ilegal que atentaba contra los derechos de autor, era un gesto auténtico de amistad porque, como dice Alejandro Zambra, “sabíamos que la literatura sobrevivía en esos papeles manchados”, y pesados, agregaría yo.

Aún conservo aquellos libros fotocopiados en mi biblioteca personal, pero el único que no tengo es El miedo a los animales. Recuerdo que en esa época de mi vida conseguí un empleo temporal en una papelería durante un periodo vacacional de verano. Debido a que una de las actividades más frecuentes que hacía era sacar fotocopias de libros, en ocasiones solía platicar con un compañero que trabajaba conmigo sobre “el arte de leer en fotocopias”. No recuerdo su nombre, lo que sí recuerdo es que una vez le presté las fotocopias de El miedo a los animales, pero nunca supe si la novela le gustó, o si la leyó, porque dejó de ir a trabajar al poco tiempo. Después de mi primer encuentro con Serna fui a la biblioteca de la escuela para ver si había otro libro suyo y así descubrí la novela Señorita México (1987). Quince años después, cuando trabajaba en una librería de San Luis Potosí, me encontré con un libro de Serna que no conocía: Amores de segunda mano (1991). En ese libro de cuentos fue donde descubrí “Hombre con minotauro en el pecho”. Luego de mi encuentro con Amores de segunda mano leí El orgasmógrafo (2001) y La ternura caníbal (2013). Así, entre lectura y lectura, me fui familiarizando con el humor negro y la ironía que caracterizan su estilo, hasta que volví a encontrar nuevamente con su obra mientras estudiaba el posgrado en la UAM.

Mi relación con los libros fotocopiados continuó durante toda la universidad. Además de Xavier Velasco, Josefina Vicens, Rulfo y Serna, con el paso del tiempo se fueron sumando nuevas fotocopias, subrayadas con lápiz y marcatextos amarillo, o dobladas de las esquinas, de Julián Herbert, Alberto Fuguet, Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño. Aunque con el paso del tiempo compré en formato físico cada uno de esos libros, aún conservo las versiones en fotocopias porque no puedo deshacerme de ellos debido a una cierta dosis de nostalgia, como dice Alejandro Zambra en “Elogio de la fotocopia”. El autor chileno reconoce que él tampoco se ha animado a tirar sus libros fotocopiados y que en ocasiones todavía los repasa por el “asombro genuino y duradero” que le provocaron. Eso es un libro fotocopiado: “un libro de mentiras” que guardamos en las repisas como si fuera un libro, dice Zambra.

En su texto, Zambra también dice que las primeras campañas contra la fotocopia de libros que hubo en Chile fueron una especie de agresión porque “querían quitarnos el único medio que teníamos para leer lo que verdaderamente queríamos leer”. Consigna que en países como Chile los libros son asunto de coleccionistas porque su costo sigue siendo escandalosamente caro. Su comentario también podría aplicarse en el caso de México, donde es común encontrar novelas que cuestan más de 500 pesos, y donde conseguir un libro de una editorial independiente de carácter internacional, como Siruela, Páginas de Espuma, Galaxia-Gutenberg, Pre-textos o Libros del Asteroide, por mencionar algunas, puede costar más de 1000 pesos. Es decir: el costo de un libro en México puede ser el equivalente a diez días de salario mínimo si se toma como base el tabulador de Ciudad de México. En una nota publicada en El Economista en abril de 2021, se consigna que el precio promedio de un libro en México aumentó 21 pesos a finales del año 2020. Esto quiere decir, en otras palabras, que se venden menos libros, pero también que los libros que se están vendiendo son más caros.

Lo dicho por Zamba recuerda la observación de la también escritora chilena Diamela Eltit. La reconfiguración que viene experimentado la industria editorial luego de las políticas neoliberales que se aplicaron a partir de los setenta y ochenta en el mercado editorial, dice Eltit, ha provocado que la industria y el mercado editorial dejen de pensar a los sujetos en función de lectores literariosy los conciban como sujetos monetarios. Que Penguin Random House y Grupo Planeta controlen el mercado editorial diciendo qué es digno de leerse y qué no, provoca que gran parte de los lectores convertidos en sujetos monetarios se conviertan, a consideración de Eltit, “en el efecto de una operación del mercado que es el radical sustento del actual proyecto político neoliberal”.

Aunque probablemente mi relación con el universo de los libros fotocopiados concluyó cuando terminé la universidad, en noviembre de 2019, antes de empezar a estudiar el posgrado en la UAM, me volví a encontrar con ese inconmensurable universo. Todo empezó con un texto que leí en internet de Alejandro García, un colega de Zacatecas, sobre El aborto y La pesca de truchas en Norteamérica, dos novelas de Richard Brautigan. Después de leer el artículole mandé un mensaje a Alejandro para decirle que su texto me había gustado mucho, también le comenté que siempre había querido leer La pesca de truchas en Norteamérica, pero que nunca había conseguido el libro en formato físico. “Si quieres te regalo una fotocopia, ¿a qué dirección te la envío?”, respondió casi al instante. Escuchar esas palabras en una época donde es difícil resistirse a la comodidad del libro digital y las bibliotecas virtuales, y donde el correo postal está casi obsoleto, era como ser cómplice de un acto subversivo. Aunque en la actualidad el servicio postal es utilizado por personas y pequeñas librerías que se dedican a vender libros usados y nuevos, en la era de Amazon, Busca Libre, y la AI, ¿quién utiliza el correo postal para mandar un libro fotocopiado? Aunque sabía que si yo buscaba el libro en internet podría encontrarlo gratis en pdf, y que podría ir a un ciber café a imprimir las hojas, le dije que sí aceptaba las fotocopias porque quería experimentar y ser cómplice de ese acto disruptivo y anacrónico al mismo tiempo. “Te la mando por correo ordinario, tarda como una semana en llegar. Te llegará por mexpost”, agregó. El libro fotocopiado de Brautigan llegó a mi casa luego de recorrer doscientos kilómetros entre Zacatecas y San Luis Potosí durante siete días. Entonces, cuando abrí el paquete del correo postal, me di cuenta de dos cosas: Alejandro no solo me había enviado La pesca de truchas en Norteamérica, también El aborto, donde “un narrador atiende una biblioteca atípica que funciona las 24 horas del día y allí van los autores a entregar sus libros, lo registran y lo ponen en la sección que les dé la gana”. No solo me había mandado las fotocopias de ambos libros: los había mandado engargolados y con una pasta transparente para que se pudiera apreciar la copia de la portada del libro en cuestión; era lo más parecido a tener un libro de mentiras.

Hoy mis libros fotocopiados de Richard Brautigan están junto a las fotocopias de Vicens, Serna, Rulfo y Vila-Matas. Así como el argumento de El aborto hizo realidad la creación de la Biblioteca Brautigan Library de Burlington, una biblioteca de libros rechazadosque solo admite manuscritos rechazados de escritores, me gustaría pensar en la posible creación de una biblioteca donde se deposite todo el inconmensurable universo de los libros fotocopiados que existen. Me gustaría pensar que en dicha biblioteca habrá cabida para libros fotocopiados no solamente de literatura, sino de ciencias políticas y sociales, economía y de todas las disciplinas existentes. Me gustaría pensar que todos y cada uno de los libros fotocopiados que conformen esa inconmensurable biblioteca estarán escrupulosamente ordenados tomando en cuenta el apellido inicial de los autores y luego el título de las obras, sin tomar en cuenta los artículos. Me gustaría pensar que los bibliotecarios de dicha biblioteca leerán y releerán las veces que sea necesario “Notas breves sobre el arte y modo de ordenar libros”, de Georges Perec. Me gustaría pensar que en dicha biblioteca habrá, por lo menos, dos secciones, en una estarán las fotocopias de libros engargolados, y en otra los que están sin engargolar. En ambas secciones se permitirá acomodar las fotocopias con base en el color de la pasta y los folders, pero siempre respetando el orden alfabético entre un color y otro.

S U S C R Í B E T E

Sé TESTIGO

DESTACADOS

DE LA B A LA Z. CINE GORE

Columna

TRAZOS DISPERSOS PARA ÓSCAR OLIVA

Columna

DE LA B A LA Z. LA TETRALOGÍA DE PEDRITO FERNÁNDEZ

Columna

ESPEJO DE DOBLE FILO: POESÍA Y VIOLENCIA (RESEÑA)

Poesía

S U S C R Í B E T E

Sé TESTIGO

Todos los derechos reservados © 2024 | Los Testigos de Madigan

Connect
S U S C R Í B E T E

Sé TESTIGO