Por NOÉ ZAVALA
“Soy optimista con respecto al futuro del rock. Los jóvenes músicos emergerán de nuevo, pero con un nivel de buena composición, con profundidad e intelecto. La composición regresará al nivel de la música clásica o el jazz.”
Jimmy Page
Cuando pronunciamos el nombre de Antonio Sánchez, puede sernos tan común como el de Juan López o el de Pedro Martínez, que bien podrían ser el tendero de la esquina o el repartidor de comida rápida. Pero no es así. Antonio Sánchez es el nombre del mejor baterista que ha tenido México. Entre otros logros, es el creador de la banda sonora de la película Birdman; música que reproduce únicamente el sonido de la batería de Sánchez, sobre el cual camina el personaje complejo y caótico del filme, y con el que cimbra a los espectadores con cada impacto de la baqueta con los tambores, los platillos o del bombo.
Antonio Sánchez nació el año de 1971 en la Ciudad de México, y comenzó a tocar la batería a los cinco años. Indudablemente, conoció rápido su vocación, lo cual lo llevó, más adelante, a estudiar una licenciatura en Piano en la Escuela Superior de Música de Bellas Artes, y posteriormente a irse becado a la prestigiosa y carísima escuela de Berklee College of Music en Boston, Massachusetts, para seguir perfeccionando el conocimiento y práctica de la batería. Debido a que se graduó con honores, fue becado una vez más, ahora para estudiar
una maestría en Improvisación en el Conservatorio de Nueva Inglaterra, Londres. Con todos esos estudios, Sánchez se preguntaba por qué no lo llamaban a tocar con grupos de jazz, como sí lo hacían con otros bateristas. A pesar de toda la técnica adquirida, supo que no había logrado tener la musicalidad suficiente, por lo que fue necesario comenzar a remontar esa inmensa montaña a partir de los conocimientos de los cuales el estudio lo había provisto.
Para Antonio Sánchez, tocar la batería es narrar una historia y, como tal, se deben transmitir los sentimientos que emergen del relato que con cada percusión se va construyendo. Además, se debe establecer un diálogo con los demás instrumentos musicales y sus ejecutantes, cuando se toca en grupo. Sánchez cuenta, asimismo, que se enamoró del jazz porque ahí fue donde encontró la energía y expresión que también hay en el rock. Pero él quería tocar la batería como un jazzista puro, sin sonido alguno de raíces mexicanas, ni con elementos de música latina, o de jazz latino, como se cataloga la mezcla de ambos géneros. Esas amarras que cortaron en su origen con el estilo suyo lo han llevado a tocar en tres álbumes y a recorrer el mundo con el legendario guitarrista de jazz Pat Metheny, ganador de cinco Grammys consecutivos y maestro de muchos nuevos jazzistas, además de haber acompañado también a Gary Burton, Chick Corea, Michael Brecker, Danilo Pérez, entre otros grandes músicos de este género. Pero sin que esto sea motivo para hacer alarde de su nacionalidad, Sánchez ha producido algunos álbumes propios, como el intitulado Bad Hombre, relativo a los pronunciamientos de Donald Trump sobre los migrantes que llegan a los Estados Unidos; el de Migration, homónimo de su propio grupo en el que funge como líder, o el más reciente Shift (Bad Hombre, Vol. II) en el que han participado la cantautora Silvana Hernández, con una canción alusiva a las muertas de Juárez, y la rapera Ana Tijoux. Hace años, ningún amante del jazz imaginaría que habría algún mexicano tocando con jazzistas de ese nivel o encabezando su propio grupo en las grandes ligas. Nos estaba negado el mundo del jazz como protagonistas.
El jazz es una música inteligente. No es para el común de la gente, como tampoco para el común de los músicos. Es una música elitista. La música se compone de sonidos y silencios ordenados en compases, en donde intervienen las matemáticas en su estructura; de ahí que, si podemos hacer un símil entre la música comercial y la de jazz, a esta le correspondería ser comparada con el álgebra y a la primera con las tablas de multiplicar. Además de que también reside su magia en la improvisación. Nunca se va a tocar igual, de no quererlo el músico, la misma pieza. Se partirá de pautas comunes para de ahí explorar terrenos inciertos y desconocidos. Pero para lograr como músico esa maestría, se tienen que estudiar técnicas de composición, armonía, contrapunto, etc. Y, para el escucha, se tiene que educar el oído; se tiene que pensar y estar atento —en los conciertos en vivo de jazz no existe la parafernalia que sí hay en los de cualquiera otra índole musical—. Inclusive, hay géneros de jazz más complejos que otros. Si en México se hiciera una encuesta de cuántas personas escuchan jazz, con seguridad el resultado sería inferior al índice del número de libros que se leen por persona al año, aunque a veces quisiéramos romantizar los nuevos géneros musicales emanados del pueblo y a lo que le cantan. El corrido tumbado, por ejemplo. A decir verdad, no se ve la luz al final del túnel cuando la musa de la inspiración es el sonido de balas y el chirrido de llantas al huir del lugar del crimen, además del consumo de drogas y alcohol como signo de valor.
Indudablemente, nos hace falta tener muchos Antonios Sánchez a lo largo y ancho del territorio nacional, pero no en una tienda o a bordo de una motocicleta, sino detrás de una batería.
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