Néstor Pompeyo Granja
Para
que el fenómeno de la comunicación exista, es necesario que los
interlocutores tengan la disposición de hablar, pero sobre todo, de
escuchar. Y en “Officium”, se nota que Garbarek escuchó voces
que llevaban cientos de años esperando un diálogo con alguien lo
suficientemente sensible. El saxofonista noruego supo reconocer las
señales, abrió los canales correctos para obtener respuestas y la
conversación se materializó en 1994, en forma de este estupendo
álbum. En él, Garbarek trabajó junto con el cuarteto vocal
Hilliard Ensemble (dos tenores, un barítono y un contratenor), sobre
una colección de textos religiosos de los siglos XV y XVI arreglados
para cuatro voces, sax soprano y sax tenor.
Usar
el lenguaje jazzístico para aproximarse a la polifonía temprana no
es una idea tan descabellada cuando recordamos que, como señala John
Potter en las notas interiores del álbum, ambas formas musicales
fueron “puntos de partida para dos de las ideas más relevantes en
la música occidental: la improvisación y la composición”. En el
caso del jazz, eso fue a principios del siglo pasado; en el caso de
la polifonía, hace alrededor de mil años.
Por
eso “Officium” funciona con la efectividad de lo que no pertenece
a ningún tiempo y, sin embargo, pertenece a todos: porque suena tan
formal como espontaneo, porque tiene una naturalidad misteriosa que
da escalofríos. Y porque hermana de forma conmovedora dos fenómenos
musicales separados por siglos de evolución, y los hace departir en
un lenguaje común tan fluido, tan amoroso, tan poético, que por
momentos roza la perfección.
Si
existe algo de justicia, “Officium” debe tener un sitio de
honor en la historia de la música universal.
Jan
Garbarek y The Hilliard Ensemble, “Officium” [ECM Records, 1994].