Néstor Pompeyo Granja
Mucha
gente no lo sabe, pero Anton Szandor LaVey, ese mítico hombre
conocido por haber fundado la Iglesia de Satán en abril de 1966, fue
también un estupendo organista cuyas habilidades —según el mito—
fueron adquiridas al estilo Robert Johnson, es decir, a través de un
pacto con el mismísimo diablo.
Lo
cierto es que LaVey fue un hombre con un amplio bagaje en la
tradición del burlesque, la música circense y lo clásico,
antecedentes que le permitieron desarrollar una técnica de
interpretación bastante peculiar: muy emparentada con las formas
clasicistas de estos estilos, pero al mismo tiempo rodeada de una
atmósfera de misterio siniestro y asfixiante. Su tratamiento de los
teclados desprende una energía inconfundiblemente mágica, en el
sentido ritual del término.
En
el año 1995, Anton LaVey publica el que sería su único disco
musical de larga duración, titulado “Satan takes a
holiday”. Hago énfasis en el término “musical”, porque es
bien sabido que existe otro lanzamiento discográfico, anterior a
este, donde se registra la celebración de una misa satánica; pero
eso es punto y aparte. “Satan takes a holiday” consiste en la
reelaboración de algunos estándares y temas de la primera mitad del
siglo XX, que van del vodevil a la opereta y de ahí a la canción
erótica, entre otras estéticas de corte similar. La grabación se
hizo con diferentes órganos y teclados analógicos e incluye temas
instrumentales y algunos otros recitados por el propio LaVey, con una
técnica vocal a medio camino entre el spoken word y el
performance de un locutor del averno. Asimismo se incluyen dos
melodías con la voz de Blanche Barton, quien en su momento fue
pareja sentimental del músico y también una destacada satanista.
La
selección de temas en esta obra es tan exquisita y su interpretación
tan emotiva, que el álbum alcanza cotas escalofriantes, como en las
canciones suicidas “Here lies love” y “Blue prelude”, ambas
originales de 1933; o el tema “Hello central, give me no man’s
land”, compuesto en 1918, donde se narra la historia de un niño
que trata de usar el teléfono —por aquel entonces un invento de
creación reciente— para hablar con su padre asesinado en la
guerra. También hay momentos de humor tétrico, como la pieza que da
título al disco y que fuese compuesta en 1937 por Larry Clinton; en
ella, un viejo órgano cabaretero acompaña a Barton para narrar la
historia de un Satanás necesitado de vacaciones.
En
conclusión: si usted está buscando una experiencia sonora refinada,
sombría y con un halo de misticismo, este álbum es una magnífica
opción. Pero si su idea de música “diabólica” va por los
rumbos de la estridencia, entonces será mejor pasar de largo. Por
cierto, el álbum acaba de ser reeditado por Cleopatra en 2019.
Anton
Szandor LaVey, “Satan takes a holiday” [Reed. de Cleopatra,
2019].