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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES LI. CRIMEN, CONDUCTA Y ORFANDAD

Gonzalo Lizardo

Otra vía para averiguar si el criminal nace o se hace, fue explorada por John Douglas en Mindhunter, el libro que inspiró la serie homónima de Netflix. Desde una perspectiva autobiográfica, Douglas narra los inicios de la criminología en Estados Unidos, cuando promovió dentro del FBI un equipo para estudiar a los asesinos más peligrosos y así descifrar sus motivaciones. Más que una respuesta teórica al enigma del crimen, quería desarrollar “una nueva arma en la interpretación de determinados tipos de crímenes violentos, y a la caza, detención y juicio de sus autores”,[1] para lo cual se inspiró en narradores como Conan Doyle, Wilkie Collins y Edgar Allan Poe, cuyo personaje Augusto Dupin, “podría ser el primer creador de perfiles de comportamiento de la historia”.[2]

Su premisa era simple: el comportamiento refleja la personalidad sin que la personalidad determine el comportamiento. Es decir, si se analiza la conducta de alguien, pueden detectarse ciertas características que indican una personalidad criminal, así como determinar en qué circunstancias se detona su agresividad. De ese modo Douglas observó que los agresores sexuales eran muy hábiles en la dominación, la manipulación y el control, que todos durante la infancia realizaron actos de crueldad con animales, mojaban la cama a edad avanzada y solían provocar incendios. Más inquietante es otro rasgo común: tras los peores asesinos siempre aparece una madre “maligna”: una madre abandonada, enloquecida por la ausencia del esposo.

¿Será esta ausencia paterna la fuente originaria de esa rabia que convierte a un huérfano con tendencias violentas en un multihomicida? Sin culpar ni exculpar a los padres por los crímenes de sus hijos, Douglas afirma: “la gente es responsable de lo que hace. Sin embargo, a mi juicio, Ed Kemper es un ejemplo de alguien que no nació asesino en serie, sino que se hizo. ¿Habría tenido las mismas fantasías asesinas de haber tenido un hogar más estable y cariñoso? ¿Quién sabe? Pero ¿habría actuado con sus víctimas de la misma manera de no haber sentido esa increíble rabia contra el personaje femenino dominante de su vida? No creo”.[3]

Por mucho que sus hallazgos hayan contribuido a conocer mejor la mente de los asesinos, es irónico que la criminología no haya disminuido la violencia social, como lo demuestran las frecuentes matanzas en Estados Unidos. Acaso porque, para remediar esa ausencia arquetípica del padre, habría que extirpar primero sus causas: las guerras, el hambre, la explotación laboral, el crimen. El círculo vicioso de nuestra orfandad.




[1] Douglas, John y Mark Olshaker, Mindhunter, cazador de mentes, trad. Ana Guelbenzu, Crítica, Barcelona 2018, p. 26.

[2] Ibíd., p. 32.

[3] Ibíd., pp. 120-121.

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