Gonzalo Lizardo
El pasado viernes tuve el privilegio de compartir
mesa con Luis Jorge Boone, Ana García Bergua y Marcelo Uribe para celebrar el
aniversario sesenta de Ediciones Era, nuestra casa editorial, conmemorando su valor y soberanía, que le han permitido persistir intacta
a los embates de la historia, editando y promoviendo a los autores más influyentes
de nuestra literatura (muchos de los cuales poseen, sin duda, más méritos que
yo para estar en dicha mesa). Como actual director de la editorial, Marcelo
Uribe hizo especial mención de Vicente Rojo —uno de los tres fundadores de Era—,
cuya
impronta como diseñador e ilustrador en la cultura mexicana ha sido monumental.
Tras la conversación, que resultó my emotiva, volví a casa y escruté en mi biblioteca hasta reunir los diez títulos de
Era que más me han influido o asombrado. Una vez que los tuve aparte me sedujo uno
de ellos por su preciosa portada pero también porque al hojearlo se removieron intuiciones
ya empolvadas en mi seso: La palabra
mágica, de Augusto Monterroso, en la edición especial que diseñó Vicente
Rojo y fue impresa en la Imprenta Madero a fines de 1983. Una joya, pequeña
pero hiperbarroca, que reúne ensayos breves y eruditos, tan lúdicos y
metatextuales que parecen ficticios sin dejar de ser categóricos:
“se descubrirá que ninguna
fábula es dañina, excepto cuando alcanza a verse en ella alguna enseñanza. Esto
es malo. […] Si no fuera malo, el mundo se regiría por las fábulas de Esopo;
pero en tal caso desaparecía todo lo que hace interesante al mundo, como los
ricos, los prejuicios raciales, el color de la ropa interior y la guerra; y el
mundo sería entonces muy aburrido, porque no habría heridos para las sillas de
ruedas, ni pobres a quienes ayudar […] Así, lo mejor es acercarse a las fábulas
buscando de qué reír”.[1]
Tan insólito como
el contenido de estas prosas ejemplares es el diseño de Vicente Rojo, quien las
ilustró con dibujos del propio Monterroso, grabados medievales, imágenes decimonónicas
y viñetas modernas, utilizando múltiples tipografías y un arcoíris de tintas
sobre dos tipos de papel: uno crema y otro café. Como bien lo anuncia el
título, esta conjunción de ensayo y autobiografía, diseño e imagen logra que la
palabra devenga magia: una magia que permite a sus lectores abismarse en “ese
inacabable milagro de la permanencia y la duración de lo fugitivo”, mientras los
demás maldicen, histéricos, la fragilidad de la existencia.
[1] Monterroso, Augusto, La
palabra mágica, Ediciones Era, México 1983, p. 69.