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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES VIII Hacia una teología sincrética

Gonzalo Lizardo

Como demuestra María Zambrano, la relación actual entre poesía y filosofía se ha invertido con respecto a la que había en la Grecia Clásica. En aquellos siglos, los poetas —como voceros de los dioses— daban voz a la desesperación, a la melancolía, a lo pasajero, mientras que los filósofos querían ofrecer una esperanza —erigida sobre la Razón— para que los hombres salieran de la caverna en pos de justicia, libertad, soberanía. Por el contrario, “en los tiempos modernos, la desolación ha venido de la filosofía y el consuelo de la poesía”,[1] lo cual demuestra que las estirpes de Homero y de Platón no siempre han tenido relaciones cordiales, pero siempre se han confabulado para darle Forma a la existencia humana y Sentido a su devenir, como si ambas configuraran una especie de teología: una nueva relación entre el hombre y lo Sagrado.

Esta búsqueda filosófica/poética no solamente varía a lo largo la Historia —en función de las circunstancias económicas, políticas, sociales—, sino también a lo ancho del paisaje, sea geográfico o mitológico. Así lo sugirió Lezama Lima, en La expresión americana, cuando se propuso comprender cómo dicha “forma en devenir” se encamina “hacia un sentido” a través de un paisaje para configurar una “era imaginaria”.[2] De ahí que María Zambrano afirmara, en una de sus cartas al poeta cubano: “no quiero decir que sea imposible hoy el hacer teología, mas creo que es lo único posible y que se hará… se hará en la poesía, en la filosofía, en la crítica, si la hubiera, en esa crítica que tú haces tan buena y justa”.[3]

Pero, si el paisaje determina la reflexión y la creación que caracteriza a una “era imaginaria” concreta —por ejemplo, a nuestra era neobarroca—, Lezama Lima sugiere que en la actualidad no se puede aspirar a un sentido estable ni unitario, sino fluctuante y disperso. De ese modo, su “teología” —más allá de su aparente catolicismo— nos revela no a un dios geométrico —como la esfera de Pascal— sino a uno arborescente y fractal, como Pachacámac, el dios incaico “que hace con el universo lo que el alma con su cuerpo”.[4] Un dios invisible que sólo se hace visible a través de la naturaleza y del hombre; un dios que debe ser amado (y creado cada día) a través del mundo sensible, no a pesar de él.


[1] María Zambrano, Filosofía y poesía, p. 34.

[2] José Lezama Lima, La expresión americana, p. 57.

[3] Jiménez Carreras, Pepita, Cartas desde una soledad, editorial Verbum, versión Kindle, Madrid 2009.

[4] Lezama Lima, op. cit., p. 202.

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