Gonzalo Lizardo
Hay muchas maneras de hacer teología, incluso en el cine o la televisión. Ese es el propósito implícito de la serie One Strange Rock (Netflix 2019), producida por Darren Aronofsky, el director de Pi (1998), The Fountain (2006) y Mother (2017). La idea de la serie es notable por oblicua: para mostrarnos una visión panteísta de la vida y del cosmos, la serie describe la Tierra desde la perspectiva de ocho astronautas que tuvieron el privilegio de verla y estudiarla desde el espacio —sin saber que así cumplían el poético Sueño de Sor Juana Inés.
Los ocho
testimonios coinciden en un mismo asombro: la certeza de haber visto un
milagro. “Es como haber vivido toda la vida en una habitación semioscura y que
alguien encendiera la luz”, asegura Peggy Whitson con palabras que evocan la
caverna platónica. Esa insuperable visión de conjunto fue también una mirada en
retrospectiva, pues la biografía del planeta está grabada en cada una de sus cicatrices.
Gracias a sus observaciones, nos convencemos de que vivimos en “el lugar más
extraño del universo”, sobre un organismo vivo, una deidad solitaria, forjada
por catástrofes casi mágicas.
Porque, por más maravillosa que sea, la Tierra es
además “una asesina serial” que encadena a sus creaturas en un feroz ciclo de
violencia, muerte y renacimiento. Mostrando la magnificencia de nuestro planeta
—su potencia creativa, su furor destructivo— One Strange Rock nos revela el lado numinoso[1]
de la Madre Naturaleza, al mismo tiempo que nos hace reconocer (y valorar)
nuestra pequeñez como mortales. Un estado del alma que Rudolf Otto llamó
“sentimiento de creatura”: un terror sacro que nos hunde en nuestra propia Nada
y nos hace desaparecer frente al misterio tremendo y fascinante del Todo.[2]
Visto de ese
modo, es fácil comprender la fascinación del Mayor Tom —el astronauta imaginado
por David Bowie—: un terror numinoso que lo hizo cortar la comunicación con la
torre de control, pues quería quedarse para siempre orbitando. Visto de ese
modo, seguir su ejemplo no sería sino un acto místico que nos permitiría
abismarnos en el rostro de la Madre Tierra, ese dios de roca y agua, corazón de
magma y manto magnético que supo procrear la vida regulando la muerte. Porque,
en efecto, Mother Earth is blue, and
there’s nothing I can do…
[1] “Lo santo” o
“lo sagrado” serían la suma de “lo bueno” y “lo numinoso” . Otto, Rudolf, Lo santo, Alianza Editorial, Madrid
1980, p. 14. Su sentido se aproxima “lo incomprensible”, “lo terrible”, “lo
siniestro”.
[2] Ídem, p. 18.