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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES XX. UN NEOBARROCO DE CLÓSET

Gonzalo Lizardo

Conforme las voy escribiendo, constato que las polimorfas relaciones entre poesía y política constituyen —adrede y sin querer— el objeto tácito de estas glosas que empezaron por reflexionar sobre “lo barroco”, pero que ahora deben volver al inicio para confrontar la poética del autor que desempolvó ese concepto: Eugenio d’Ors (1881-1954), un escritor catalán/madrileño tan famoso en su tiempo como desconocido en el nuestro.

Sin ánimo de vindicar su ejemplo ni de condenarlo —sino de aprovechar sus intuiciones sin caer en sus paradojas—, la obra de d’Ors es importante por haber revalorizado el concepto de “lo barroco”, por concebir al hombre como “un ser que trabaja y que juega”, por su deseo de vincular el arte y la vida, por revalorizar el papel del mito y por haber convertido en género literario la “glosa”: un ejercicio hermenéutico que, a partir de la experiencia cotidiana, permitía a d’Ors reflexionar sobre graves temas filosóficos (o al revés).

Su vida y su obra intrigan, más que nada, por sus proteicas metamorfosis. En su juventud, durante el gobierno de Prat de la Riba, fue el intelectual más influyente de Barcelona, y sus ideas sustentaron el catalanismo, que veía la derrota de España en la guerra del 98 como síntoma de la decadencia castellana y como señal para crear un imperio catalán que absorbiera los restos del imperio español.[1] Sin embargo, al morir Prat de la Riba, d’Ors fue expulsado de los cargos oficiales que desempeñaba, y en 1922 abjuró del catalanismo, que desde entonces lo consideró un traidor. Pocos años después, ya instalado en Madrid, se afilió al falangismo, lo cual le permitió convertirse en Jefe Nacional de Bellas Artes tras el triunfo de Franco en la Guerra Civil.

A pesar de sus vaivenes políticos, su biógrafo Javier Varela asegura que d’Ors, nunca fue un fascista ni un hombre vengativo sino que, por el contrario, “procuró usar su influencia para librar de la represión a algunos de sus antiguos colegas”. Desde mi perspectiva, d’Ors fue un pensador asistemático que no se atrevió a ser coherente con sus propias intuiciones. Por ello, su noción de “lo barroco” como sinónimo de “lo dionisíaco” y como antónimo de “lo apolíneo” lo hizo renegar de su propia naturaleza: “la verdad es que siento por lo barroco (…) un amor ilegal (…) Me atrae lo barroco, que tengo obligación de condenar”.[2]

En otras palabras, con tal de mantenerse cerca del poder, Eugenio d’Ors se resignó a ser, hasta el final, un neobarroco de clóset.


[1] Varela, Javier, Eugenio d’Ors (1881-1954), RBA Libros, Barcelona 2017. Versión Kindle.

[2] Idem.

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