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Columna

LAS GLOSAS Y LOS AZARES

Beethoven y la agudeza barroca

Gonzalo Lizardo

Cursaba yo la secundaria cuando escuché a Beethoven, pues mi papá comprótodas sus sinfonías en ocho elepés del Selecciones que yo podía disfrutar de manera intensiva. Unos años más tarde, cuando estaba en la prepa y ya escuchaba rocanrol, vi La naranja mecánica y me asombró el poder subversivo de su música, signo y acicate de la hiperviolencia futurista. Pero mi devoción sólo se forjó después de leer Doktor Faustus, de Thomas Mann, donde se demuestra que la principal obsesión de Beethoven era conjuntar lo objetivo con lo subjetivo de la música. Por un lado, la objetividad casi matemática de Bach, y por el otro, la emotividad y la pasión subjetivas que él mismo había expresado en sus obras tempranas.

Esta coincidentia oppositorum que Beethoven se advierte, por ejemplo, en el Concierto para piano y orquesta número 4, cuyo segundo movimiento la pone en práctica. La pieza inicia con un tema monumental tocado al unísono por la orquesta, que luego da paso a una melodía de piano muy tenue, muy intimista. El contraste entre orquesta y piano es tan dramático como el que existe entre la colectividad y el individuo, entre lo épico y lo lírico, entre la nación y los ciudadanos. Aunque parece que el tema épico aplastará al lírico, al final ambos se armonizan, produciendo en contrapunto un tercer tema que no elimina ni opaca los dos iniciales, como si fuera posible la síntesis entre los afanes de lo subjetivo con la objetividad de lo social.

Ahora bien, aunque la conclusión de Beethoven es propia del romanticismo —que promovía a la vez el individualismo y el patriotismo—, el procedimiento que empleó es propio del gusto estético o estilo cultural conocido como “barroco”, ese “dualismo armonizado” que Gracián definió en su Agudeza y arte de ingenio, que Deleuze caracterizó como “pliegue” y Lezama como “método contrapuntístico”. En ese sentido, el romanticismo resulta ser una subespecie de “lo barroco”, tal como lo afirmó Eugenio d’Ors, quien a su vez empleaba este método para escribir sus Glosas: esos pequeños comentarios que le permitían “pasar de la anécdota a la categoría”, partiendo de lo cotidiano y lo inmediato para concluir en la reflexión filosófica, los conceptos ontológicos, las causas primeras. El mismo método que he utilizado hoy para transitar de Beethoven a la estética barroca, el mismo que pienso emplear en las siguientes entregas de esta columna, dedicada precisamente a glosar los azares de los días.

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