Alejandro García
…Quién podía saberlo entonces. Solía ir a San Luis Potosí mínimamente dos veces por año. Cumplía mi labor que, o bien era alguna sesión de los diplomados que organizaba Laura Elena González o un lance por un libro, ya fuera propuesto por la misma Laura, por Jorge Humberto Chávez o por Armando Adame. Si la sesión era de sábado por la mañana, arribaba a la cueva de Loma Verde por allí de la hora nona y se podía oír el sufrimiento del carbón que preparaba ya Nicolás Minelli. Allí presidía David Ojeda. Esa vez, sin embargo, fue por la noche. Llegó el sector fuerte de la Ratas y todo fue abrazos y recuento de lo sucedido en la jornada. Sabedor de mi interés por las publicaciones de escritores jóvenes, de editoriales alternativas, de esfuerzos marginales, hubo un momento en que David me llamó, luchando con los empellones de Tizoc que exigía atención exclusiva. Me llevó a un pequeño apartado de libros y me dijo, escoge lo que quieras. Y se retiró a seguir la fiesta. Había algunos volúmenes que ya tenía en casa, por lo general recibidos de sus manos en el momento en que el pan sale recién del horno. Había otros que no conocía siquiera. Y me encontré con dos pequeñas joyas. Un homenaje que le brindó la escuela de Medicina de la UASLP y De cuentos muestra primeros lectores para. Cargué con mi pequeño tambache y lo acomodé en mi maleta. Regresé y le dio mucha risa cuando le dije que había dos textos que desconocía. Confieso que no he vuelto a ver a David Ojeda sino a través de sus textos, pero tengo presente ese guiño de generosidad y de un simbólico cambio de estafeta, un susurrar ustedes le siguen. De cuentos muestra primeros lectores para es un pequeño libro de 61 páginas que incluye catorce cuentos breves, los cuales fueron seleccionados por David Ojeda. Contiene también una breve “A presentación modo de”. Fue editado en 2004 por la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de San Luis Potosí (2003-2009) a través de la Casa del Poeta Ramón López Velarde, en la colección Papeles de la Casa, con un nada despreciable tiraje de 1500 ejemplares. El libro se inscribe dentro de los esfuerzos institucionales por promover la lectura y profundizar la competencia lectora. En el prólogo o desafío de entrada David Ojeda pone en el centro el placer que produce un texto literario y cómo ese placer tiene realizaciones diversas. El primero está ya en el título del libro y en la introducción y se hace más complejo y claro con el texto de Julio Cortázar “Por escrito gallina” en donde el lector primero tiene que acomodar las palabras, después leer la historia así organizada y luego pasar a la cuestión que podríamos llamar de incorporación plena a la experiencia en donde nos reímos porque este escrito fue hecho por una gallina muy consciente de que el mundo será de ellas a partir de ciertas circunstancias ambientales que les favorecen. El juego está en ordenar para encontrarse con un mundo desorganizado y perdido para los humanos. Después está “La rana que quería ser una rana auténtica”, famoso texto de Augusto Monterroso, donde la esencia está en los esfuerzos de un animalito por ser una rana íntegra a quien los comensales, ignorantes, le conceden el beneficio de saber a pollo. El tercer cuento no es menos desafiante “Historia del niño malo que no tuvo contratiempos” de Mark Twain, pieza magistral donde las escrituras y las lecturas moralizantes topan con hueso, llevándonos a una realidad donde los buenos no son los premiados, sino que la maldad o en todo caso el peso de los acontecimientos y el triunfo se imponen sin clemencia y en donde la verdad y la mentira son construcciones de los vencedores o de los necios. En “El novio del tranvía número 79” de Bela Szenes se encuadran dos diálogos: el de dos hombres que hablan de la condición de enamorado con fortuna de uno de ellos y la llegada de unas mujeres que destruyen esa imagen positiva con palabras denigrantes y situaciones ridículas. A partir de “El dragón” de Ray Bradbury, el juego es otro, la multiplicidad de realidades y elementos dentro de un texto. En Bradbury parece ser la temporalidad que se amplía en el páramo y que puede incluir desde los tiempos prehistóricos, inmemoriales, donde campea el medio, pasando por los caballeros de armadura de la Edad Media, hasta el mundo arrebatador del ferrocarril de los siglos recientes. En cambio en “La noche de los feos” de Mario Benedetti es el encuentro, la centralización de los márgenes, dos personajes se empatan y crean una unidad en donde sus fealdades convencionales devienen en una belleza esplendorosa para el lector, más allá de toda regla. Y qué decir de “Una niña perversa” de Jehanne Jean-Charles, donde el mundo de la vida y de la muerte están fundidos y los sentimientos del mal llamado más allá están más acá, o “Ante la ley” de Franz Kafka, donde cada agujero, cada puerta, cada lugar de castigo tiene destinatario preciso y la sentencia es intransferible. Después vienen tres cuentos en donde el lenguaje es claramente parte de la idiosincrasia de los personajes: está pegado a ellos, es parte de su visión del mundo. Lo es así siempre, pero aquí los autores lo ponen de manifiesto, acaso por eso en estos momentos el lenguaje exuda prejuicios ancestrales, como si buscara la manera de expulsar para volver a condición más noble y justa. Es el caso de “Un día de estos” de Gabriel García Márquez”, “Semos malos” de Salarrué y “La acequia” de Jesús Gardea. El dentista, los bandidos, los perseguidores perseguidos, hablan y uno no termina de comprender el alcance de sus palabras ni la profundidad de sus heridas. Lo que pareciera transparente en los primeros cuentos, aquí se muestran ocultos o acompañados de la vida personal, de la familia, de la sociedad y de la historia. El libro cierra con dos homenajes a los animales: “El sino del escorpión” de José Revueltas, vista generosa a un mal clasificado como eterno pendenciero y “La muerte de Abelardo”, la agonía de un perro envenenado, de Ángel del Campo, y “El Nicolás” de José Agustín, la historia de un porro, de un provocador, de un constructor de conflictos y vándalo implementador de castigos. Detrás de la muestra está la mente del antologador, la amplia gama en que el placer es propio de la literatura, lejano de los dictados de las buenas conciencias y, peor, de los dictadores de rutas. Me traje a mi ciudad este pequeño libro y estuvo por allí discreto, fuera de mi vista, incluso durante la época de redacción de David Ojeda: un erizo y un zorro en el campo literario. Ahora lo tengo a mano y es animalito tierno, sedoso, que de pronto se eriza y muerde, araña, lame la sangre, para tornarse pronto en bálsamo, en narcótico, en placentero viaje desde donde las agresiones de la vida pueden ser vistas en su ruindad y neutralizadas en sus daños… No sabía que fue la última vez que hablé con Ojeda…
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