Alejandro García
…Lorena
murió en el 82. Aún lo lamento y la extraño. Ella me había contado que su
profesor del área de español o redacción en la preparatoria, en Celaya,
realizaba ejercicios de levitación con sus alumnos. Yo lo conocía, era escritor:
Herminio Martínez. Nos reíamos. Yo bromeaba al imaginar a uno de los camaradas
de la condiscípula, dormido, en posición horizontal y a medio metro de las
sillas en que había iniciado la aventura (inducida) con Morfeo. Yo recuerdo a
Herminio en San Miguel de Allende, en una Bienal organizada por Bellas Artes.
Fue en el 78, en pleno mundial de futbol en Argentina, cuando tunecinos,
alemanes y polacos nos golearon sin misericordia. Hablaba poco, convivía poco,
pero pude intercambiar con él algunas palabras a propósito de lo que yo
escribía. Después lo volví a saludar un par de veces. Herminio Martínez murió
hace cinco años, en agosto de 2014. Se lo llevó el cáncer. Apenas este año
cumpliría 70 años. Muy seguido paso por la sección de mi biblioteca en que se
encuentra La eternidad no tiene
mirasoles, selección de cuentos que publicaron la UAM y la Fundación René
Avilés Fabila, un año antes de la muerte del gran fundador de Machigua. Suelo
tomarlo y leer uno de sus cuentos, sólo uno, como para celebrar un encuentro
oh, Madigan, que se da desde cero siempre que me interno en esas páginas. No me
importa que el cuento lo haya leído alguna otra vez, se trata del azar que me
lleva bajo su ala protectora. Hoy me tocó “La primera vez”, un cuento de
migrantes. Regresan a México en camión y son interceptados por las autoridades
migratorias. Aunque tienen boleto hasta nuestro país, debe ser detenidos y
deportados. Con los gringos no hay puente de plata. Después del registro
documental viene el registro de los cuerpos, la limpieza con polvos abrasivos,
la auscultación con fines sanitarios que se llegan a confundir con proyecciones
sadomasoquistas. Durante catorce días viven comiendo unos grumos verdosos,
donde se confunden los vegetales con la carne o en todo caso es imposible tener
certezas sobre sus formantes. Y es la salida, con una revisora, funcionaria de
salud, que los observa como si de productos en serie se tratara. Ahora
regresarán al país, pero se detendrán cada cierto millaje a recoger a los otros
que han sido recolectados por los gringos en su vieja misión de mantener vivos,
fortalecer, alimentar a los que muy pronto intentarán otra vez cruzar la
frontera. Me quedo pensando en Herminio Martínez, aquel cantor de Machigua,
desconfiado ante la ciudad y sus peligros. En el caso del migrante, lo mismo se
sufre en los caminos que los parajes campestres o en las grandes ciudades: “Resiste el mal ejemplo de las urbes/ que
la civilización tiene por suyas/ y de las catedrales donde apesta/ el cuerpo
del amor como cadáver”. Herminio está entre
los escritores que murieron, genio vibrante, entre los 60 y los 70: Gardea,
Montemayor, Ojeda…