Alejandro García
…nació en el año 19 y murió en el 91 del siglo 19. El próximo primero de agosto se cumplirá una doble centuria de su nacimiento. Se trata de Herman Melville, quien, junto con Walt Whitman, lleva la literatura estadounidense a un punto muy alto, que la encara con las mejores del mundo y, sobre todo, la independiza (o torna más grande la literatura en lengua inglesa) de la literatura madre. Melville publica a los 32 años Moby Dick y, un año y dos después, Pierre o las ambigüedades y Bartleby, el escribiente. Después los problemas de salud, la mala recepción de sus obras, lo obligan a convertirse en inspector de aduanas, cargo que ocupará durante veinte años, mientras su obra se pierde para el gran público y sólo es seguida por algunos fieles lectores. También en ese periodo escribe poesía, pero no tenemos noticia en nuestro idioma de su lugar en la rueda de la fortuna. Fue hasta la tercera década del siglo XX que surgieron las voces de alerta sobre su obra. Desde entonces ha soportado las diversas lecturas teóricas y generacionales. En el reacomodo que se da a partir de la segunda mitad del siglo pasado, donde ocupa un lugar importante el estructuralismo y las escuelas que enfatizan la separación en el análisis de historia y discurso y que jala al centro de la atención casi mundial textos como Tristram Shandy y Las relaciones peligrosas la narrativa de Melville sale muy bien parada. Si bien es cierto que tuvo sus versiones como historia de caricaturas, también lo es que en su versión original la larga entrada de epígrafes se convierte en un reto para el lector ingenuo o amante del predominio de las anécdotas. No es menos inquietante la escena del despertar de Ismael junto a Queequeg, ese hombre cubierto de tatuajes, en la cama de la posada en que espera el inicio de la aventura. Y mucho menos lo será la persecución de Ahab contra la ballena blanca. En mi adolescencia tuve la fortuna de encontrarme en un puesto revistas un volumen de bolsillo de editorial Novaro con los bordes pintados de azul, eso que ahora nos vende novedosamente Malpaso, que contiene Benito Cereno, Bartleby el escribiente, Las encantadas, Billy Bud marinero. Trae además una “Introducción” de Raymond Weaver que data de 1928, la década del resurgimiento. Confieso que durante algunos años fui uno de esos lectores incapaces de atravesar la barrera de sargazo que nos impedía llegar a la historia de la ruina de Ahab y de su tripulación. Claro que una vez en la aventura, el regreso era imposible, había un llamado a seguir. De modo que en esos años me quedé con la lectura de estas memorables novelas cortas. Confieso que las más seductoras fueron Benito Cereno y Bartleby el escribiente. En el segundo caso, había una simpatía perversa con el personaje. Véanlo en un chico de unos quince años. Yo no quería hacer absolutamente nada, pero el mundo me obligaba a realizar actividades y a cambio recibía una serie de castigos o premios, muy en la lógica de aquel conductismo de años remotos. Seguramente había más, ya me lo diría la vida, pero entonces yo pensaba que era fenomenal eso de “preferiría no hacerlo”. Y en el caso de Benito Cereno me angustiaba, qué contradictorio, la pasividad del personaje, sus gestos contenidos, su sudor inexplicable. Cuando uno se enteraba de que estaba a cargo de una pandilla de (sus) tripulantes insurrectos, entendía el juego. Debo confesar que durante la gestión del rector Silva al frente de la UAZ, muchas veces me lo imaginé como Benito Cereno. No sólo por aquella vez que llegó y puso su renuncia en una conferencia de prensa, sino porque solía aparecer angustiado, confuso, ajeno a las decisiones. Ésta es una lectura más reciente, pero no me avergüenza decir que el mal de Bartleby es algo que se ha apoderado cada vez más de mí y que veo una pandilla de siniestros que impiden nuestras libres decisiones. Y de Ahab y la ballena blanca qué decir. A veces me despierto y oigo el ruido sobre mi cabeza, es el golpeteo de la pato de palo sobre el piso de madera de la nave, es la obsesión que no duerme en Ahab, el deseo de enfrentarse al enemigo, a la ballena blanca y cobrar caro su anterior derrota. Ah, ese Ahab trae algo en el corazón, en el cerebro, algo que ha encallecido y ahora lo mantiene al borde del colapso. Mundo de oscuridades, así se esté frente al mar, mundo donde la claridad ya poco importa, porque, insisto, no hay retorno. Así sea azul o espumoso el mar, en lo profundo es oscuro, como oscuro, terrible, es el bastidor de la maestra vida…
Sé TESTIGO