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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(12)

Alejandro García

…Esto podría llamarse llorar ante el cajero/darse de topes en la butaca de la fila. Hace unos  momentos recibí una gran lección, algo muy práctico, Oh, Madigan, como si la necesidad de vivir que a veces tanto nos aleja del reino de la libertad diera una prueba franca de su valor. Me tocó ver un triunfo de una dama sobre una máquina. Cierto que se tomó como 20 minutos en lograrlo. Pagaba en uno de esos cajeros ultramodernos que han sacado las filas del interior de los bancos al vestíbulo o zona de cajeros, paralelismo increíble como el que se dio hace mucho al trasladar el ritual y el espectáculo del templo al atrio. Se veía que tenía ya rato en esas operaciones, porque empuñaba en la extremidad libre algunos recibos, cual prodigioso espadachín. El caso que dos o tres veces le fue rechazado un billete de 50 pesos. Nunca perdió la calma, volvió a marcar el tipo de operación y el número de cuenta y cuando se abría el pequeño depósito acomodaba el papelillo casi rojo. Hasta que al fin se oyó a la contadora hacer más ruidos que numerar nueces. Se  escuchó luego una serie de ruidos metálicos y la dama de inmediato fue a sacar monedas. No había dinero. Volvió a hacerlo después de consultar la pantalla y, entonces, por otro lado, por una ranura, salió un billete azul de 20 y creo que ella, como yo, esperaba que mágicamente fuera de 500. Se fue sin saludarme, yo que había sido el posible cantor de su epopeya bufa… El día de ayer entré a una institución bancaria y me tocó el turno 460. Casi me da un patatús cuando vi en el contador que iban en el turno 106. Rediez, recórcholis, jolines, habló una extraña voz en mi interior. Me acerqué con temor a una chica que flanqueaba la barra surtidora de numeritos. No haga caso, los están voceando. Y sí, alcancé a oír que llamaban al poseedor del 438. No sería tan tan larga la espera. Vi una butaca libre en el fondo de la sección de espera. Fui y pude dedicarme a apreciar el lugar y su gente. Por acá había mucho ruido y, sobre todo, había música en inglés a un alto volumen. No eran condiciones para avanzar un poco en una lectura que traigo atravesada desde hace semanas. Y vi que tenía que estar pendiente porque de pronto ya iban en el 448 debido a los que sacan su turno y se van a hacer otras gestiones jugando a estar a la hora adecuada. Se pierde mucho tiempo en estos sistemas donde el progreso y la tecnología no se usan como fueron planeadas y entonces se superponen numerosos sistemas de comunicación que alientan la estridencia mental. Pero salí vivo, cierto… En el banco de enfrente a este último, en pleno centro histórico de Zacatecas me encuentro ahora con que debo pedir turno. Meto a una ranura mi tarjeta, da una voltereta por el interior y luego la pantalla te da opciones. Una letra y un número es la respuesta. De las letras que he visto van de la m a la v. No sé qué significan. El caso es que se vuelve a ver lleno el sillerío y gente de pie y hay letras que avanzan con rapidez y otras que no. Las más lentas son las que requieren de un ejecutivo. En una visita me tocó esperar una hora. Cuando al fin apareció mi número en pantalla, pude ligar que la ejecutiva  recién llegaba a su escritorio. Indicó con un gesto que me sentara, antes de atenderme tomó el teléfono y deduje que seguía una discusión que había interrumpido minutos antes. Después me despachó con rapidez y eficiencia. En otro caso sí me dijeron se están tardando un promedio de una hora. Fue un poco más y el que siguió después de mí seguro esperó mucho más que yo, porque mi operación fue elemental pero lenta. Una mañana en el banco podría llamarse a esta visita dentro de una ciudad turística… Regreso al lío de los cajeros. El peor caso es el de los de la CFE que reclamaban billetes nuevos. Los maltratados se los regresaban sin piedad, así que si alguien iba con lo justo se regresaba con un pago parcial. En un banco céntrico, cierto domingo me tocó que un par de billetes de 500 regresaran. Pensé los leerá bien, lo deposito de nueva cuenta. Recibió uno, el otro vino a mis manos. Terco, pero sin la fortuna de la señora que protagoniza este comentario, el billete no regresó, pero no lo registró en mi abono. Necio yo, pongo un billete nuevo, pero no vuelvo a saber más de aquel viejito arrugadito que valía lo mismo que los otros, pero no. Hice mi reporte, me dieron un plazo. Fue un lío explicarles que yo deposité un billete de más en el cajero número tal y que si no lo hubiera hecho ellos me hubieran cobrado comisión por depositar el menos del mínimo exigido. Total que a las tres semanas una voz de mujer me informó después de número y número en el teléfono, que en el cajero no había sobrado billete de 500 alguno, por lo que mi reclamo no procedía. Ahora veo con cierta sorna que en algunos bancos hay una señorita que cuando un billete no aceptado aparece en el cajero, ella auxilia al atribulado pagador y va a la caja y viene con uno nuevo. El problema es cuando la señorita no está o se trata de un día u horario sin trabajadores. Yo sé que algún lector amable estará pensando en lo rústico de mi queja y en mi inutilidad. Si uno se registra en banca móvil o de internet o como se llame, todo se hace con botones y asunto resuelto. Bartleby, yo, al fin, rememoro a un buen científico de la localidad que vio de pronto, como en las películas de James Bond, que iba desapareciendo su saldo ante su total impotencia. Y me recuerdo una tarde noche en que me hablaron de la banca para decirme que si había hecho un consumo por mil dólares. La misma voz me dijo que era inusual, por internet y en moneda extranjera y que yo nunca hacía esas operaciones ni manejaba esos montos. El asunto es que ahora yo debía levantar el reporta y esperar el resultado de la investigación. Así que cuando veo a mis camaradas jubilados batallar con el cajero porque no les quiere dar fracción o porque no entienden el cambio de modelo de la máquina, me acuerdo de ese problema de la tecnología que no resuelve la vida y sólo la complica. Recuerdo, creo que en Tortilla flat, unos deslumbrados hombres que compran una aspiradora y al llegar a casa caen en cuenta de que no tienen energía eléctrica. Antonio García de León cuenta de las ollas exprés y de los refrigeradores que servían para criar pollos en zonas chiapanecas. Así de pronto nuestro gran país pasa del turno cibernético al voceo del 460, 460, 460, y uno sabe que no se ha sacado la lotería…

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