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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(16)

Alejandro García

…Recuérdelo usted, Madigan, el niño Félix Dauajare acaba de cumplir una centuria. Él lo invocó y lo puso al revés y al derecho, lo desafió con su palabra y sus mundos:

Madigan:

eres un nombre solamente,

tal vez un nombre que no concuerda

con lo que significas o encarnas.

De todos modos estás ahí:

Alientas y desgarras.

¿qué otra razón para justificar tu existencia?…

…Yo en cambio, deletreo a don Félix Dauajare —me tomo esa pequeña libertad—, el poeta contemporáneo pleno, inventor de relámpago y cenizas:

Hoja de papel

Ahí está como una pared blanca

en espera de que alguien la acaricie

Parto del bastidor: La cosmovisión. El poeta moderno aporta la rebeldía y la liberación de los sentidos, lo autosustenta la rebelión. Lo desgasta el mundo de la historia. A sus indagaciones en el fondo de la palabra las muerde día a día la caída del héroe, el regreso a lo reverencial, el progreso esclerotizado, la historia difamando a los anónimos. Pulula la convencional maldad que descalifica a los malditos, los saca de la historia.

Al poeta contemporáneo le queda el escepticismo. La conciencia, del mundo frívolo obsesionado por el poder. Es la era del desasosiego. Es también la era del discurso, del universo reconstruido por la palabra. Conciencia de la soledad, de las agresiones del poder como universo ciego, máquina anónima, red infinita con numerosos centros de control. Regreso a la vida, a los sentidos, a los pequeños y a los grandes actos humanos. Solos, sin bastidores: la música de las esferas, Dios que nos resguarda de los temores, ideologías que prometieron el cielo por asalto, el hombre siente, piensa, nombra, vive y revive el mundo arrebatado.

A esta estirpe, a contracorriente de la gran historia, pertenece, Félix Dauajare, el poeta, aquel que deberá tener más de niño que de dios. En él encontramos el poder de la palabra como elemento de rememoración del instante que se fugó, de la vida que se escapa. El eco del placer y del dolor. Por este laberinto, donde la palabra despliega sus limitaciones y grandezas, donde confirma su relativa autonomía, se mueve su trabajo poético. En esta labor de re-nombrar, de traernos a través de las palabras un universo, se enfrasca sus labor poética.

Y cuando todos duermen, hasta Dios,

puedo ordenar mis pensamientos

así como los parques ordenan sus follajes,

su césped, sus veredas.

El hueso, la entraña, está en el instante: el relámpago. El hombre bidimensional, angustiado en sus búsquedas, solo, siempre en peligro de la inercia que mata, que detiene, encuentra en el instante su salida. Por un lado

nos arrojan a todos los instantes

que se deslizan hacia un inmenso

río que es el vivir.

La vida es acontecer plagado de rupturas que hacen posible salir de la monotonía y del sinsentido. De esta manera se abraza uno a su situación y la trasciende, usando los sentidos, viendo nuestros interiores, desplegando vista, oído, tacto, gusto, olfato en y ante los sucesos exteriores. Es nuestra carne y su estar en el mundo, carne que se corrompe y que se mueve, que tiembla, se conmueve, desea, piensa, carne que nombra.

Algunas veces nos sentamos

a la orilla del tiempo:

en el recuerdo y las fotografías

cuya reputación no tiene fin.

Pero la carne nos arroja

a los instantes, con su frío, su hambre

y su continuo estremecimiento.

Por otro lado, es posible arañar la solidez y la eternidad a través de ese instante que se escapa

Hay que pedir a los deseos

que permanezcan un poco,

lo suficiente para darle solidez al instante,

para extraer de las imágenes algo

que tenga la vida de la piedra

y del mármol.

Como nosotros, están condenados

a la vida del relámpago y la detonación.

El instante no es pues muestra de un lamento ante lo inexorable. Es la posibilidad de encontrar en cada uno de ellos el sabio pulso para vivir con arrojo y con pasión, con memoria y con sensibilidad. Es una vida condensada, es un relámpago que refulge dentro de la oscuridad total. Es el riesgo. Y es en el instante en que la palabra poética se nos revela, nos alumbra, nos da sentido a los actos sencillos de la vida. La piedra y el relámpago es esa acumulación de instantes propiciados por los poemas, por la poesía de Dauajare, en lo fugaz está la eternidad acariciada por el hombre. A la experiencia sensible, al pensamiento, a la palabra que nos nombra el mundo, sobreviene ese momento de lucidez, de alumbramiento, en que todo lo anterior se entremezcla y se combina para darnos la posibilidad de que la vida sea “un perpetuo relámpago”.

3. Vida y muerte

Certezas

I

Caminarás sobre la piedra

y la ceniza

Después la piedra las cenizas

caminarán sobre tu cuerpo.

II

Todos combaten contra la injusticia,

contra la más abrumadora de ellas,

que es la muerte.

III

La demencia se nos muestra de pronto

en la cara brillante de la luna.

IV

La única certeza no está en el principio,

sino en el final.

…Hay en los poemas de Félix Dauajare ese mirar certero sobre la condición humana, mutismo ante las fanfarrias de un siglo mexicano que se ha ido, puesta del dedo en la llaga sobre la realidad de un país que no resultó tan diferente y original con respecto a los otros. En su poesía, de gran factura, podemos palpar el macabro escenario, pero el lector saldrá con la certeza de que hay territorios libres, universos alternos, de que su conciencia en ejercicio se tornará baluarte contra la nada y el ninguneo y que el amor y la felicidad tendrán en su relampagueo permanente su territorio indomesticable…

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