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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…

…es un demonio, tengo que reconocerlo. En mis años mozos me detuve para leerlo porque oí algunas cosas sobre el best seller y no fuera a ser que resultara cierto. Lo decía alguien con mucha autoridad, pero lo decía con una ironía que no alcanzaba a descifrar, yo, pobre lector. Cuando lo leí por fin, muy joven todavía, se me escapaba como potro correlón y no sabía cómo resistirme al misterio de Macondo, a las grandes luchas del coronel Aureliano Buendía y a los buenos oficios de Úrsula, quien desde la casa supo amainar esas furias de la familia, magnificadas por el gran liberal perdedor. Desde el miércoles 6 de marzo de este 2019 he estado con el ring ring del nacimiento de Gabriel García Márquez. Cumpliría 92. El jueves me he fijado en la edición del 50 aniversario, en Diana, y he odiado no poder tener la de Alfaguara, similar, en pasta dura. Diana, propietaria de los derechos en México, ha sido pichicata con Cien años de soledad, por lo menos yo no conozco una que no sea la rústica. Me sorprende la movilidad en redes y prensa acerca del colombiano y su obra magna. Ésta cumple 52. En el medio en que sobrevivo es común el culto a Julio Cortázar, pero ahora entiendo que también existe esa permanencia en el seguimiento de la obra de García Márquez, además de conservarla en públicos más amplios. El viernes la orden se ha dado. Mi mano toma el libro y empieza el desafío. Ni a melón le supe. Ese lenguaje es un demonio. Levanta de la nada a Macondo, ese pueblo perdido entre los perdidos y lo hace vivir al son de la visita anual de los gitanos, de las compras adversas, tercas, de José Arcadio Buendía en busca del conocimiento o un más allá, y en la experiencia del niño que es llevado por su padre a conocer el hielo. Y eso lo recuerda muchos años después frente al pelotón de fusilamiento. Lo curioso es que no murió Aureliano Buendía después de rememorar ese bloque que al ser tocado quemaba. El narrador nunca afloja la altura de su narración. Cuando viene la segunda parte, que es la guerra civil o la guerrita de Aureliano Buendía contra los conservadores, ese implacable correteo, y lo digo décadas después de la primera lectura, sobre el lector, no afloja. A veces uno quisiera volver a recuperar algunas escenas, algunas acciones, porque la vida corre y las mujeres y los hombres se aman y han empezado a correr hace ya rato los iniciales tramos de un centenario. Uno llega a conocer los límites de Macondo, las rutas viables e inviables, las épocas y los vaivenes de personas. Todo es por voluntad de ese poderoso contador. Ahora que escribo, he detenido la lectura, la he dejado un paso después de la mitad. Me corresponde completar esa tarea que ahora es sólo con la lectura y con lo que adentro se mueve…

Alejandro García

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