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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(33)

Alejandro García

… En mayo de 2010, David Ojeda me invitó a presentar Perros de casa a la Feria Nacional del Libro de León. Hice un comentario donde resaltaba su lectura ágil, placentera. Teníamos a un escritor dominador de su oficio que nos llevaba por senderos de vida. Hacía alusión al inicio de Blue velvet, la película de David Lynch donde se parte y se cierra con una imagen de un fértil y hermoso jardín de un pueblo donde parecería que no sucede nada, apenas si el aire mueve a las flores. En realidad el drama humano está a punto de desarrollarse: el infarto de un hombre y la aventura de una pareja de muchachos que se enfrentarán a una realidad que ni siquiera sospechan puedan darse: la vieja relación víctima-victimario, el sexo extraviado. En el libro de Ojeda se impone ese valor de la relación hombre-perro como consecuencia de una revaloración que el hombre hace de sí mismo, como si pasara de la épica a la lírica, sólo que en la vida diaria en la primera corre sangre y en la segunda no es infrecuente la soledad y el exilio interior. Y me sorprendía, me sigue sorprendiendo la importancia del instante, como si el tiempo se detuviera y diera acceso a, una probadita, la eternidad. Es al mismo tiempo el tiempo sin brújula y el tiempo donde se condensan los mejores actos humanos. Había un predominio de los sentidos: el gusto, la vista, el oído, el olfato, el tacto, cada uno por su lado e integrados, como debería ser. De modo que se dan circunstancias de muerte, de accidentes, pero predomina esa recuperación de ese instante que se convierte en pulmón de vida, en trascendencia de la simple cotidianidad.

Ahora que he pasado, o al menos lo intento, del nexo afectivo con el Ojeda que se nos fue hace tres años, de la necesidad de divulgar su obra y de hacer las iniciales interpretaciones, juzgo que debo regresar a él después de esa obra mal zurcida que es David Ojeda: un erizo y un zorro en el campo literario. Lo primero que descubro es que mi ejemplar de Perros de casa no está subrayado. ¿Cómo hice entonces el texto de presentación y cómo fue que no lo hice en la relectura para el armado del libro? Recupero entonces que leí una versión en pdf, como sucedería con su edición de los novelistas revolucionarios potosinos. No sólo ocurría con él, es frecuente dentro del mundo editorial el que los libros lleguen el día de la presentación. Así que no sé dónde se perdió ese otro ejemplar con mis huellas. Recuerdo ahora que redacté algunos párrafos en el camino de Zacatecas a León y que los imprimí en un ciber café de la central camionera de la ciudad de los cueros y el calzado.

A estas alturas, en 2019, abro el libro y encuentro que lo que dije y escribí no está mal, lo avalo, pero sin duda es una lectura que se queda corta. El tema general que aparece y se inserta en una discusión muy actual es la de la relación hombre-naturaleza y la relación hombre-animal, específicamente hombre y perro.

Recuerdo que cuando en clase veíamos a William Shakespeare, con sus tremendas tragedias nos costaba mucho trabajo encontrar la influencia renacentista que buscaba una reapreciación de la naturaleza. La encontramos en “A vuestro gusto”, una obra en la que desaparece la corte y el escenario es el bosque, a donde van a parar los desterrados. El producto humano, la cultura, expulsa a sus hombres y estos tienden que rearmarse o prepararse para contrarrestar el atentado en el campo. Quizás el siguiente paso se da cuando el bosque de Birman avanza contra el tirano Macbeth, cuando se mueve la naturaleza coludida con el hombre y derrota a la opresión.

Ojeda abre su libro con un epígrafe de Jorge Luis Borges:

“Argos, le grité, Argos

“Entonces, con mansa admiración, como si descubriera una

 cosa perdida y olvidada hace mucho tiempo, Argos balbuceó

estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también sin

mirarme: Este perro tirado en el estiércol.

“Fácilmente aceptamos la realidad acaso porque intuimos que

nada es real. Le pregunté qué sabía de la Odisea. La práctica

del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta.

“Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán

pasado mil cien años desde que lo inventé.”

En el primer cuento “Perfecto amor y manjar real” alude al pequeño perro de la casa como Anubis. La mujer-hija y el hombre-yerno han proporcionado un banquete a los padres (de ella). El can se pasea por la casa y atestigua esa ceremonia que trasciende el mero acto de la alimentación. Entonces juega el papel de la deidad egipcia, con cabeza de perro, que cuida las tumbas y proporciona alimentos y comodidades a sus muertos. El papel de proporcionar lo realizan los hijos, pero es papel de la deidad-perro. Como en el cuento de Borges, donde Argos habla en tercera persona, como si Homero lo escribiera o como si el mismo Homero fuera Argos, en David Ojeda la naturaleza es común, sólo que de regreso del proceso de humanización. Así como los exiliados y los afrentados se cubren en la naturaleza, los perros parecen cubrirse con esa bondad de la evolución.

El perro en estos cuentos no sólo es deidad, o Inmortal según Borges, es propiciador de partos, testigo de accidentes de la naturaleza, catalizador que evita el suicidio, causa de peregrinación con postura agnóstica o cadena de familia ante la muerte del tronco. El perro ilumina el interior y el camino, desvanece clasificaciones, mas es parte del buen camino de la especie, bondad ajena a las doctrinas  e ideologías. Como Homero, en el tiempo que no se puede descomponer, la mirada de los personajes de Ojeda se dulcifica, no melodramáticamente, y muestra al escritor que ha signado las historias como ese perro mítico que sigue los pasos del hombre…

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