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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(40)

Alejandro García

…La construcción de universos tiene más variantes de los que se piensa. El mejor: el universo literario, fuera del alcance de la perversa moral, aunque se alce como hambrienta bestia sobre tan suculento bocado suspendido de una argolla y un cable fuera del poder destructor de sus fauces. La historia es otro ejemplo. Ahora bien, oh, Madigan, toda historia tiene esa posibilidad, así no alcance el refinamiento de la gran literatura. En la cercanía, en inicial lucha de la especie contra la naturaleza, se producen relatos donde la imagen se sublima o se magnifica. En la enemistad el efecto es contrario, la construcción lleva a magnificar e incluso a inventar las debilidades o los vicios del otro. Es conocida la competencia —por llamarla de manera amable— entre comunidades,, algunas con el mismo nombre y sólo distintas en “El Bajo” o “El Alto”, “El Chico” o “El Grande” que a menudo arreglan de manera no definitiva sus diferencias con riñas y sangre. El último producto mundial de estas satanizaciones ocurrió con el Irak de Saddam Hussein. La guerra se hizo para detener una carrera armamentista, nuclear y de armas bacteriológicas. Al entrar triunfantes, los estadounidenses nunca encontraron el objetivo. No existía. ¿Quién puede reclamar a los Estados Unidos y a sus aliados el que hayan invadido, destruido un país y no den una explicación a propósito de ese arrebato que costó tantas vidas? El drama sigue. De pequeños, muy probablemente hayamos huido o nos hayan puesto a cubierto ante la llegada de los gitanos. Significaban robo de dinero, objetos y niños. En mis años de adolescentes debo reconocer que formé parte de un grupo de fastidiosos practicantes del futbol callejero que bautizamos a una mujer y a su hija como las Mongoles. Eran mujeres solitarias, de aspecto agrio, convencionalmente feas, cuyo mayor pecado era que dejaban abierta su puerta de la calle y se quedaban con los balones que a su patio entraban. Un par de veces, al menos, las pelotas regresaron hechas trizas. Si ya había distancia entre ellas y el vecindario, nuestras intervenciones en la tienda de abarrotes, en las casas, ante hermanos y padres, acrecentaron una fama oscura que hoy considero a todas luces no sólo injusta, sino canalla. Carlo Ginzburg, en Historia nocturna. Las raíces antropológicas del relato¸ después de muchos de investigación ha encontrado el revés de la trama en torno a la brujería y el aquelarre. Su punto de llegada anterior Los benandanti. Brujería y cultos agrarios entre los siglos XVI y XVII había encontrado un filón documental sobre estos campesinos de Friul, en el norte de Italia que salían por las noches a combatir con recursos naturales a las brujas que trataban de perturbar la producción de la buena tierra. Hasta allí Ginzburg encontraba una complejidad en las costumbres de estos hombres, siempre pensados o tasados como seres simples. A la vez, encontraba el lado despótico del orden, al enviar a la Inquisición contra estos defensores de su vida y de sus bienes. Había que combatir el fanatismo con otro fanatismo, hoy los sabemos. Con la mirada del historiador que también se va haciendo más compleja, más rica en preguntas; es decir, generador de nuevos problemas de investigación y con la entrada de la subjetividad de quien observa y nuevos maneras de apreciar no sólo el exterior, sino también el interior, del hombre, Ginzburg encuentra una gran coherencia en los testimonios de las víctimas. Recordaremos que la virtud de este microhistoriador fue encontrar la peculiaridad de la expresión y la explicación del mundo de un sencillo molinero, Menocchio. La nueva comprensión fue llegando a tramos, pero en síntesis se refiere a que las declaraciones fueron maquilladas o influidas por personas cultas, bien los que levantaron los testimonios, bien los que juzgaron los casos. Se trata de una construcción de la brujería y del aquelarre que elimina, para empezar, el aspecto defensivo de estos campesinos. Se confunde la maldad que es combatida con la bondad que intenta mantener la vida diurna en esas comunidades. La punición va con quien se sale de la norma de comportamiento impuesta y que no es más que una reacción a la destructividad de las brujas. La víctima quedaba condenada a la hoguera, muy seguramente sin conocer lo que quedaba consignado en los expedientes y en la escritura. Una de las grandes virtudes del universo literario es que permite abordarlo por donde se quiera y que es susceptible de desarrollarse a partir de las necesidades de los personajes. De allí que el protagonista pueda mostrar sus necesidades, pero también ocurre esto con el antagonista. Las versiones de Caperucita, muchas de ellas dentro de la tradición oral, muestran una gama de necesidades de la madre, la hija, la abuela, el lobo, el cazador, donde lo mismo se puede hablar de una madre que lanza a su hija al camino de la aventura, que una hija que quiere vivir a su manera el pretexto de la abuela. El sexo es connatural a esas versiones. Lo que nos enseña Ginzburg es cómo las historias se quedan con versiones manipuladas y el historiador debe fungir como lector literario, desconfiar y encontrar el revés de la trama, la historia que no se deja explicar, pero que está allí, el lado destructor del anónimo, del chisme, de la broma caricaturesca, se alinea con estas versiones que primero destruyen y después virigüan.…

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