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Columna

}}}pssst, pssst, Madigan…(6)

Alejandro García

…me quedo en silencio cuando leo a José Donoso y me cuenta que Ossip Mandelstam, gran poeta ruso casi recién salido de las purgas stalinistas y sus secuelas, escribió un poema donde se refería a las manos de José Stalin con “gruesos dedos del montañés del Kremlin”. Eso fue suficiente para sacarlo de la historia de la literatura y bloquearlo en la posibilidad de una vida sin preocupaciones. Los tiranos suelen tener los hilos del control de la vida de los ciudadanos, en especial de quienes ejercen crítica y piensan. Ésta era la preocupación del Dictador Francia, según versión de Augusto Roa Bastos en Yo, el Supremo… que los enemigos piensen a pesar de estar refundidos en mazmorras. A veces ni siquiera es un repaso por los equívocos o excesos sociales, sino una observación cabal que el aludido toma como una ofensa. Uno llega a pensar cómo le hacen para procesar tanta información de hechos y sucedidos estos líderes, si están tan ocupados en la suerte del país. Y uno mismo se responde prontamente que tienen personas e instituciones capaces de traer eso que suena en la calle o en sitios públicos o en libros de reflexión sobre la vida del hombre y poseen una perversa obsesión por el control de la voluntad de los individuos. Si está escrito, la prueba es incontrovertible, frente a la oralidad que siempre puede decir no dije eso o no quise decir eso o, inclusive, usted no me escuchó bien. El mismo Donoso, en su artículo, escrito en 1979 y recoplilado por Alfaguara en Artículos de incierta necesidad (1998) a propósito de la publicación en 1970 de las memorias de Mandelstam en inglés: Hope against hope, ya nos había puesto sobre aviso sobre la suerte de Ossip Mandelstam cuando abofeteó a Alexis Tolstoi, el llamado Conde Rojo, autor de una biografía sobre Pedro El Grande, quien juró que bloquearía todos los intentos del poeta por publicarse y abrirse camino en la literatura rusa. Así que el verso al todopoderoso georgiano fue el hielito en el coctel que derramó la bebida. Claro, se trataba de que se habían metido con el titiritero, cuyos gruesos dedos de montañés sabían del oficio de la desaparición, del castigo y del olvido. Sabían, Madigan, pero pretendían ignorarlo e imponer su propia lógica, que la memoria es agua que escurre, avanza y revela sus secretos…

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