Alejandro García
…entras a la tercera edad, 60, pssst, pssst, Madigan…, qué peligrosa situación. Procúrate tu ventilador, por si las moscas. Andarás, a partir de ahora, como siempre, en el filo del riesgo, en la matatena de la selección, entre Darwin y la impunidad: tú, sí; tú, no. Y qué mejor que recordar a un personaje de Graham Greene, Scobie, de “El revés de la trama”. A Greene se le ha regateado mucho un reconocimiento pleno, a partir de mandarlo a la subdivisión de la novela de espías o la categoría de escritor católico. Ganas de marginar. Pienso nada más en esa trinitaria secuencia: “Bajo el volcán”, del 47, “El revés de la trama”, del 48 y “1984” del 49. Greene es un escritor intenso y de entradas muy joviales. Sabe abrir la puerta e introducir al lector. Ya adentro, uno encuentra de todo. El arco que forman sus personajes Scobie y el sacerdote católico de “El poder y la gloria” (ésta aparece en 1940) es realmente formidable. Si usted quiere le podemos agregar el adjetivo de shakespereano o de hamletiano, a propósito de esas dos energías textuales a las que bien vale la pena volver de vez en cuando. Así las etiquetas se congregan y abonan, en lugar de denostar, como los buenos apodos, al vigor y a la vida de un texto. El misterioso tiempo le abona crédito a este autor en estas horas de pesadilla, curioso momento en que se torea a la muerte. Scobie vive en una colonia de África. Su ciudad está frente al mar, el Océano Atlántico. Del norte llegan las secuelas de la guerra, al sur está Sudáfrica, tierra de refugio de la esposa. Él es un policía, un subcomisario. Su jefe se retira, pero no lo han nombrado a él para el ascenso. Scobie es un hombre puro. Es un inocente. Es católico, además, asiste a misa, se confiesa y comulga. Tiene una mujer que lee. No es bien vista en el pueblo. Aunque es justo decir que tampoco se dicen cosas contundentemente buenas sobre Scobie. Más bien es víctima de rumores y chismes. Se murmura que se acuesta con negras y que sirve a los sirios. Al lugar llega un contador de nombre Wilson, en realidad es un sabueso del imperio. Todo podría seguir tersamente tenso, con las preocupaciones del personaje contenidas, pero él desea que su mujer salga de la colonia, vaya a Sudáfrica. Sólo que no tiene las libras necesarias para pagar el viaje y el banco no lo encuentra con la solvencia necesaria para respaldar un préstamo. El capo de los sirios, Yusef, lo conoce y lo tienta. Le hace un préstamo con un tanto por ciento de interés mensual. Con el tiempo, cobrará el favor y pondrá a prueba su pureza. Para colmo de males, del naufragio producto de la guerra llegará una mujer a llenar su vacío. La conciencia de Scobie no es la que resuelve problemas a la manera de Julian Jaynes, es la que problematiza la vida y la que pondera si debe vivir bien aquí y allá o si se debe sufrir en la tierra para ganar el paraíso. A esta trama de tentación y de tensión narrativa se le pega en el reverso el discurso del hacer y del deber. La esposa regresa, las pruebas se acumulan para acorralar al puro, al inocente y entonces Scobie toma la decisión que detona todas las alternativas: se suicida, ha dado el brinco de las exigencias y aunque falta a la doctrina o a una de las versiones de la doctrina, se escapa. Lo hace en el momento en que se le ha dicho que el designado para ser comisario no vendrá, por lo que él será el sucesor. Poco importa, porque a la salida positiva de una de las líneas de la trama, se le anuda la del requerimiento de lo dicho, de lo pensado, de lo que ha soportado su vida. Hay un pequeño pasaje que me ha dejado pasmado, oh, Madigan, y me lleva esos territorios donde se forjaron hermandades de ratas que defendían su especie y defenestraban la insignia de maldad puesta por una moral asquerosa. Entre una orilla del caserío y el puerto, zona de privilegio, “Estas ratas portuarias tenían el tamaño de conejos, los indígenas las llamaban chanchos, y las comían asadas, ese nombre servía para distinguirlas de las ratas del puerto, que eran más humanas”. En la novela rondan los buitres, las cucarachas, las ratas más humanas, Scobie se mete entre los sirios y es cooptado por uno de ellos, es perseguido por el recuerdo del joven subcomisario, que se ha colgado en una aldea vecina, se mete entre dos mujeres; pero sobre todo se mete en las goteras de lo que siempre ha creído, la ira de Dios…
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