Myriam Akasha
Hay,
en las profundidades de las islas Canarias, vestigios de una
civilización que quedó sumergida hace siglos en lo más oscuro
y caótico del océano. Todo un cataclismo creado por designio
de los antiguos dioses para prevalecer en la tierra y conservar a los
mortales como sus esclavos.
En
esas aguas abismales, en lo más profundo de la tosca arena, están
enterradas las ruinas excepcionales de aquella civilización que
pereció en la catástrofe. Cientos de muros desgastados cuentan
sobre sus relieves las crónicas de su creación y la procedencia de
las deidades en un idioma incomprensible y sin claves para revelar el
significado de su escritura, restos de extraños jeroglíficos.
Resplandecientes
como dos satélites naturales coexistiendo en el mismo entorno
acuoso, se vislumbran en la parte más recóndita del océano dos
pirámides perfectamente talladas, de gran magnitud, cuyo proceso de
creación resulta imposible de imaginar. Se desconoce si están ahí
a causa del desastre o si llegaron en tiempos distantes desde un
lugar fuera de ese mundo.
Una
de las pirámides tiene marcada en todas sus caras y base más de
esos jeroglíficos ancestrales, demostrando con la perfección en el
tallado un gran parecido a los pictogramas de los antiguos sumerios.
La segunda pirámide presenta, en los mismos lugares que en la
primera, códices mayas con un deterioro apenas perceptible a la
vista.
Siguiendo
las corrientes marinas, la pirámide de rasgos sumerios avanza
diariamente entre cuatro y cinco pulgadas rumbo al este. A veces,
retrocede hasta ubicarse cerca de la zona que se cree era su lugar
original de asentamiento. También se sabe que esos movimientos
varían dependiendo de la estación del año.
El
segundo monumento, de semejanza a la simbología maya, pareciera ser
ligero debido a su composición de minerales de roca. Avanza hacia el
este periódicamente de tres a cuatro pies, dando saltos esquinados,
como deseando achatar cada una de sus puntas.
La
fauna abisal merodea constante a la despuntada pirámide maya, en
especial cerca de la fachada, donde se encuentra uno de los relieves
más particulares; una figura parecida a un astronauta dentro de un
extraño vehículo, señalando al cielo en dirección de los siete
satélites de la constelación de Orión.
La
pirámide sumeria da la impresión de permanecer estática, señal de
su peso y la dureza de los minerales de su estructura monolítica.
Avanza de forma paulatina, propulsada por masas acuosas e inestables
y rodeada constantemente por tiburones anguila.
Las
secciones en las que mejor se puede apreciar su extraña belleza son
aquellas donde se conservan los tallados de un gran diluvio
universal, en el cual se representa no solo a los dioses y su
decisión de ahogar a los mortales, sino también a un antiguo arcano
que ordenó salvar a unos cuantos construyendo un arca y así
sobrevivir al apocalipsis de 7 días impuesto por aquellos míticos
seres.
La
pirámide maya revolotea a ratos como un parapente dentro del océano,
subiendo y bajando libre con el flujo del mar, aunque su constante
impacto con otras rocas debilita con lentitud su insólita
estructura; mientras que la sumeria, por momentos inerte y renuente a
moverse, evidencia escrituras cuneiformes en todos sus semblantes.
Existe
la creencia de que en algún momento las dos pirámides colisionarán
entre ellas con su vaivén, dejando a su paso un resplandor
inigualable de energía en el fondo del océano, provocando así un
pasaje hacia otro plano dimensional a través de un agujero de gusano
que en forma helicoidal atravesará el espacio y el tiempo.