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Cuento

Quedó en el mar

Por MARIAZEL ORTIZ BACK

“Si la vieran suspirando frente al mar sobre el acantilado notarían cierta tristeza en su mirada. Aquel paraíso azul frente a sus ojos parecía darle refugio y calma de lo que fuera que ahí buscara”.

Así comencé mi relato en aquella cantina y todos, expectantes, querían escuchar esta historia:

“Como un reloj, todos los días a las cinco en punto de la tarde, corría por la vereda esa muchacha de ojos grandes. Como una niña, ante su juguete favorito, miraba el agitado mar que reflejaba tonos diferentes de azul cada tarde. Frenando su paso a tiempo, justo antes de caer por la orilla, extendía sus brazos balanceándose entre el vaivén del aire, recuperando el aliento. La suave y húmeda brisa acariciaba su rostro, eso la hacía sonreír. Su mirada se perdía en aquel horizonte, el sonido de las olas golpeando las rocas del acantilado rompía el silencio y la calma de la tarde. Todo aquello que tenía enfrente le pertenecía sólo a ella en aquel momento. En ocasiones me veía y sonreía. Yo le devolvía el gesto y luego me preguntaba qué más pensaría esa chica por las tardes cada que miraba el mar.

“Un día por fin hablamos, como era costumbre, llevaba a mis ovejas a pastar cerca de aquel acantilado. De pronto, esa mujer apareció a la misma hora, la reconocí de inmediato y se acercó a mí:

—Disculpe – me dijo.

—Dígame, señorita.

—¿Vio pasar a un perro negro, hace un momento? – Preguntó

—No, señorita, no lo vi.- Le respondí.

— Gracias. – Contestó alejándose.

“Y entonces viéndola de cerca, supe quién era.

—Oiga ¿usted es hija de don Joaquín?- Pregunté

—Sí, soy Paula- Respondió.

“Me dio la impresión de que no le agradó que yo la reconociera. Don Joaquín, el hacendado mayor de aquí tiene fama de ser duro hasta con su propia familia. Sólo asentí con la cabeza mientras ella se acercó caminando despacio hacia el acantilado. Era la primera vez en mucho tiempo que no lo hacía corriendo. Y aquel perro negro que buscaba, en verdad que no recuerdo haberlo visto.

“Paula se acercó a la orilla del acantilado, como siempre lo hacía, mientras se desvanecía el bello atardecer. Quité mi vista de ella, juntando a mis ovejas para encaminarme hacia la granja.

—Sí, me dicen el poeta. Pero hace mucho que no escribo- Respondí.

— A mí me gusta mucho la poesía, dejar plasmados los sentimientos en tinta y papel para siempre, me parece hermoso- Señaló.

—Señorita, ¿Qué busca usted en el mar?- Pregunté.

—Acaso, ¿no ama usted el mar? Es un bello regalo de la naturaleza, lo vemos en superficie y sabemos poco de él. Esconde misterios que probablemente nunca descubriremos. ¿No le parece fascinante? Los humanos no podemos saber todo lo que hay debajo, a menos que fuésemos capaces de vivir en el fondo. Me imagino que ahí todo debe ser mejor, con la calma hipnotizante de las olas, el reflejo del sol al atardecer, las criaturas, sin conocer aún, que lo habitan. Desde que era niña siento que le pertenezco al mar, a su sal, a su calma, a sus turbulencias, todo es maravilloso si lo piensa, un mundo totalmente diferente al nuestro que siempre y sencillamente, está al alcance de quien se atreva, está esperando que seamos capaces de adentrarnos en su latir

“Su emoción al hablar del mar se notaba en su sonrisa y en sus ojos. Tenía razón, ese inmenso monstruo azul escondía misterios que el humano no podría jamás descifrar, a menos que viviese dentro.

“Entonces miré al mar con otros ojos, me provocó tal incertidumbre imaginar lo que hay debajo de ese misterioso mundo. Paula estaba enamorada del mar, no había duda de la calma que le generaban aquellos atardeceres sobre el agua. Verla de pie en el acantilado, con los colores de la tarde sobre su piel, le generaría a cualquier poeta la inspiración necesaria para cualquiera de lo que podría ser uno de sus mejores poemas. Me pregunto si alguna vez alguien lo habría escrito para ella.

“Sin despedirme de Paula, retorné a mi granja con las ovejas, y con una sensación extraña de nostalgia que aquel momento me dejó”.

En la cantina, sobraban los curiosos preguntones:

—Don Augusto, díganos la verdad. ¿Tuvo sus queveres con la hija de don Joaquín?- Preguntó el cantinero

— Y si los tuve, ¿qué? ¿Quieren detalles acaso? – Respondí.

—¡Pues claro que sí, Augusto! Cuenta todo lo que le hiciste- Dijo, el de la barra, con morbo.

—Le hice un poema. ¿Lo quieren escuchar?. – Respondí con arrogancia.

—¡Ah qué la! Augusto, ya dinos ¿Te aprovechaste de que estaba loquita? —¡No! Y a qué te refieres con que estaba “loquita”.

—Pues, dicen por ahí que tenía alucinaciones y eso era el perro negro que le mencionó, pues, ella decía que se la quería llevar hacia dentro del mar.

—No lo sabía, conocí poco a la chica, realmente. Solo me preguntó aquella vez por el perro y nunca la vi acompañada de uno.

—Mire, don Augusto, para ser honesto, toda la gente del pueblo anda con rumores de que, como usted acostumbra llevar a sus ovejas cerca del acantilado a pastar, es muy probable que haya visto saltar a Paula de la orilla y es más, otros hasta dicen que abusó de ella y la desapareció pa’ que no hablara.

—¿Eso dicen? Y qué me importa lo que diga la gente, ni abusé de ella ni la vi saltar.

—¿En dónde estaba usted el día que pasó eso?- Preguntó el cantinero. —En el acantilado, pero, que no la vi lanzarse.- Respondí

—¿Será posible? – Contestó sarcástico.

—¡Sí señor! Y el mar es testigo de que yo no la vi arrojarse. Paula quedó en el mar por decisión propia. Ella amaba el mar.- Respondí acalorado.

—No lo entiendo don Augusto, cómo es eso de que no la vio lanzarse, pero a la vez fue decisión de ella quedar en el mar…

—Tan sencillo cantinero, no la vi saltar… porque me pidió que la empujara.

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