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Cuento

Reviéntame de una vez

Por PACO MÁRQUEZ

Nadia es vecina de Armando, vive en casa de su mamá y lo observa siempre desde la ventana de la cocina lavando o haciendo como que lava los trastes. A Nadia le gusta Armando, le gusta su barba sal y pimienta, sus facciones lánguidas y su uniceja de gusano quemador, aunque en el fondo le parece un tipo triste y monocromático que siempre va con su traje gris, camisa y corbata gris. Incluso cuando fantasea con él lo imagina en calcetines, bóxeres y camiseta en grafito.

Armando estaciona su muy madreado VW Pointer azul marino modelo 2004 afuera del edificio de su departamento. En su autoestéreo suena Zona de promesas con Gustavo Cerati y Mercedes Sosa. Desde su automóvil mira a Nadia, que lo observa desde la ventana de su cocina al otro lado de la calle. A Armando le parece que Nadia tiene los ojos más grandes que nunca. Ya está acostumbrado a verla espiándolo, pero en esta ocasión siente su mirada más pesada que las nubes que se acumulan en el cielo. Nadia piensa en gritarle al hombre gris que no entre todavía en su departamento, que regrese por donde vino y vuelva mañana. Armando hace malabares con su porta-trajes doblado en el brazo, su enorme portafolio negro arriba de una maltratada maleta con ruedas, un ramo de tulipanes y las llaves para abrir la puerta. Se detiene a mirar un flamante Mini Cooper rojo estacionado en la misma acera. En ese momento comienza a llover a goterones. Corre a cubrirse del aguacero mientras Nadia baja la vista hacia el escurridor de trastes.

Armando entra en su departamento y se muestra extrañado, la canción “Flowers” de Miley Cyrus sale a todo volumen de una bocina inteligente de última generación. Sobre la mesita de centro hay una botella de vino tinto, Sangre de Toro, Torres, de la que cuelga un pequeño toro de lidia de plástico, dos copas con residuos de vino, un plato con galletas y una lata con jamón endiablado Underwood con su logo de diablito rojo sonriente. Levanta un portarretrato que estaba vuelto hacia abajo en un librero y hay ropa sobre los sillones. Armando deja el porta-trajes sobre la maleta y las flores junto al portarretrato. Llega hasta la puerta de la habitación, se asoma porque está entreabierta y ve a su Alicia, su mujer, a horcajadas sobre el cuerpo de un hombre enorme. Alicia gime y grita mientras Armando la imagina como el diablito del logo del jamón, pero en animación de estética Pixar, montando a un enorme toro de lidia semejante al que vio colgando de la botella de vino. Armando regresa sus pasos en silencio hasta el librero, donde el portarretrato le muestra un atardecer entre árboles, a él y Alicia abrazados y recargados en un no tan madreado VW Pointer. Luego levanta del piso las pantaletas de su esposa, las desenrosca, las dobla con cuidado, las coloca suavemente sobre el brazo de un sillón y sale de la casa llevándose su porta-trajes, la maleta, el portafolio y el ramo de tulipanes.

Afuera sigue lloviendo y Armando se acerca al Mini Cooper y amenaza rayar la pintura con una llave, pero se reprime. Sube al Pointer y toca en el autoestéreo: “Al lado del camino” de Fito Páez. Nadia, la mirona muda, lo observa desde su ventana y ambos cruzan miradas. Armando le reprocha en silencio su mutismo. Nadia lo observa subir al automóvil y alejarse sin detenerse en los baches encharcados.

Armando está sentado en la cantina donde acostumbra reunirse con los amigos del trabajo. Esta vez se encuentra solo y acompaña su soledad con una botella de Tequila Sauza Hornitos, de la que sirve un poco en un caballito percherón y con una cerveza Victoria intercala tragos apurados. Tocan cinco mariachis viejos de trajes raídos: “Arrepentida”, un bolero del colombiano Julio Villafuerte, popularizada en voz y guitarra del ecuatoriano Julio Jaramillo: “Ríete nomás ríe te digo, /pero no olvides que algún día sufrirás, /cuando la vida te trate indiferente /y mires tardíamente /lo que ya no tendrás. /Arrepentida llorarás alivio a tu alma /y entre lágrimas amargas sola y triste llorarás…”. Es como si el destino disfrazado de mariachis panzones se burlara, con mal gusto, de su momento de dolor.

Un hombre con bastón, y notoriamente ciego, entra en la cantina con una “cajita de toques” y sin hacer escala en otra mesa, se dirige desafiante hacia Armando. Armando se talla los ojos con una mano, se toma otro tequila de golpe, toma un limón con sal y lo chupa mientras cierra los ojos. El hombre ciego de la cajita de los toques sigue parado al lado de la mesa, iluminado por un halo de luz como de santo de altar de barrio. La caja de los toques es amarilla, tiene la palanca de encendido cromada como las de las licuadoras de una velocidad, y una perilla de aumento de voltaje similar a las de las consolas antiguas de televisor, está adornada con una gran estrella roja simulando una explosión, en cada pico de la estrella está pegada una tarjeta de lotería mexicana con alguna leyenda, múltiples faltas ortográficas y sin mucho ingenio. Inicia con la tarjeta de La Dama y una leyenda que se lee: “Si eres dama ahora puedes decir adiós”, luego otra que tiene la tarjeta de El Perico y reza: “Puro jarabe de pico”; se ven las tarjetas de La Maceta: “No pasa del corredor”, El Borracho: “Solo así aguanta el dolor”, El Valiente: “Ya te luciste campeón”, La Pistola: “Más pistola”, El Sol: “Ya testás achicharrando”, El Diablito: “El que te está esperando”; y por último la tarjeta de La Muerte y con letras más grandes: “¡Reviéntame de una vez!”.

Armando entra en su casa y carga con él una bolsa negra, además del portafolio, la maleta de rueditas y el porta-trajes. Alicia trae el celular en la mano, desde el cual cambia la música en la bocina inteligente y suena Antes que al mío de Los Claxons con Los Ángeles Azules, baila acercándose a Armando con una copa de vino en la mano. Alicia viste un vestido blanco de bordado chiapaneco de manta fina, una bufandilla de tipo rebozo y el pelo recogido con una mascada roja. Armando deja todo en el piso, va al refrigerador, saca una cerveza, se acerca a su mujer, brinda y bebe un trago largo mientras ella le baila muy cerca, le afloja la corbata, le quita el saco. Él se aparta un poco, le toma el celular de las manos y sin apartar los labios de la cerveza apaga la música, se acerca y, besándola, la va despojando de su ropa hasta dejarla completamente desnuda; la seduce con suavidad y por momentos con fiereza, acerca la bolsa negra y la invita a sentarse en una silla con reposabrazos, saca una cinta gris de asbesto de la bolsa y le amarra tobillos y muñecas a la silla. Con el rebozo le ata el torso a la silla y con la mascada la amordaza. Alicia parece complacida con el juego. Armando se hinca a sus pies y saca de su portafolios una Smith & Wesson Modelo 10, calibre 38, misma que carga y amartilla. Armando acaricia con la pistola su rostro, sus senos y su sexo. Coloca el arma en la mano derecha de Alicia y la sujeta con cinta.

Armando saca de la bolsa negra la cajita de toques amarilla que traía el hombre ciego de la cantina, coloca en Alicia un polo en cada mano y los sujeta con más cinta de asbesto. Armando se hinca con la frente ante el cañón de la pistola y con su mano empieza a aumentar el voltaje en la cajita de toques.

Alicia, enterada de que esto no se trata de un juego sexual, siente su mano retorcerse por el voltaje, y por lo mismo, a apretar los dedos contra la empuñadura y el gatillo de la pistola. Las lágrimas saltan por sus mejillas. Armando también comienza a llorar mientras sigue aumentando el voltaje. La mano de Alicia sigue torciéndose por la electricidad, hasta que por fin su dedo índice se cierra contra el gatillo y dispara.

En la cantina, el hombre ciego bebe en la misma mesa donde, momentos antes le vendió su cajita de toques a Armando, mientras pide a los mariachis la pieza. “Pa’que me sirve la vida”. En la ventana de la casa de su madre, Natalia mira hacia abajo lavando trastes.

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