Juan Félix Barbosa
Si hiciéramos todas las cosas de las que somos capaces,
literalmente nos sorprenderíamos a nosotros mismos.
Thomas A. Edison
¿El mejor método para viajar? La música
B. B. King
Fonógrafo
El fonógrafo de Thomas Alva Edison fue el primer aparato en grabar y reproducir sonidos. Invención de la segunda mitad del siglo XIX que, casi de manera inmediata, adquirió el rango de maravilla, por encima de la fotografía y poco antes de la llegada del cine. Causó tal revuelo que algunos entusiastas vaticinaron la sustitución de los libros frente a los novedosos archivos sonoros capaces de inmortalizar la voz de cualquiera. De hecho, el escritor mexicano Juan de Dios Peza señaló en su momento a Edison como una de las grandes glorias del siglo XIX, y al fonógrafo le dedicó algunas líneas como objeto de su admiración, que dicen: “Copia lo incopiable, retiene lo incorpóreo, aprisiona lo intangible. Nada material queda en el fonógrafo, salvo la voz pura y vibrante”.
Alva Edison presentó su invento en 1877, y la primera pieza musical que reprodujo el fonógrafo fue la de Mary had a little lamb, canción infantil popular norteamericana muy famosa en ese siglo y cuya melodía es conocida prácticamente en todo el mundo.
Tocadiscos
Casi un siglo después, en 1967, cuando el fonógrafo ya había pasado a mejor vida y su cilindro reproductor de sonido se transformó en el moderno disco de acetato, capaz de ofrecer una calidad de audio infinitamente mejorada, el prestigioso guitarrista Buddy Guy tomó prestada la pieza de Mary had a little lamb y le dio un toque particular de blues and soul haciendo alarde de un lenguaje musical tan perfecta y claramente audible que quizá ni el propio Edison llegó a soñar.
Más adelante, en 1983, a pocos años de que el tocadiscos anunciara su lamentable retirada para dar paso al reproductor de disco compacto y su muy novedosa tecnología láser, otro guitarrista, también virtuoso y seguidor de Buddy Guy, el texano Stevie Ray Vaughan grabó, todavía en el formato del vinilo Mary had a little lamb con su muy peculiar estilo Texasblues, dejando en claro el protagonismo de su guitarra en el marco de una sonoridad aún más clara y contundente.
Gramófono
Cuando Manuel José Othón escribió y publicó en 1897 su poema breve titulado Un tiro, que forma parte de su célebre La noche rústica de Walpurgis, el blues apenas era un latido en la sangre negra que explotaría a principios del siglo XX. No existía una casa disquera que dejara en los surcos de un disco ese sonido surgido del góspel, del delta del Mississipi, de la melancolía de una raza golpeada por la esclavitud y la injusticia social en Norteamérica; raza que en su propia experiencia conocía demasiado bien el efecto de los tiros, de las balas, de la terrible incertidumbre al escuchar el sonido en medio de la noche, esa de la que precisamente Othón llega casi a filosofar en las cuatro estrofas de su soneto número XVIII titulado Un tiro.
La noche rústica de Walpurgis está compuesta por veintidós sonetos y es considerada una sinfonía a la naturaleza, en donde, desde el universo othoniano, emergen brujas, nahuales y una musicalidad que devela al poeta dueño de un oído vigoroso y un aliento fuera de este mundo.
Un tiro es un canto a lo relativo, pero también a la incertidumbre de lo que puede ser el disparo de un arma de fuego y así, desde su verso inicial, el poeta potosino asesta: “Duda mortal del alma se apodera, al oír en las noches la lejana detonación que turba y que profana, el silencio del bosque y la pradera”, para luego, en la segunda estrofa seguir con la misma intención: “Será la bala rápida y certera que pone fin a la existencia humana, o el golpe salvador que, en lucha insana asesta el montañés sobre la fiera”. Un tiro lleva una carga de melancolía y musicalidad de sus versos igual que un blues.
Rockola
David Ojeda Álvarez es un escritor potosino que nació justamente en 1950, década en la que la Jukebox o famosa Rockola se concretaría como el artefacto idóneo para amplificar la música que cambiaría al mundo: el rock and roll. David Ojeda pertenece a la exclusiva veintena de mexicanos que ha obtenido el prestigioso Premio Casa de las Américas con su libro de cuentos Las condiciones de la guerra, (1978) y es el único potosino con ese mérito. Como narrador fue dueño de una voz sólida que supo hurgar no solo en los pliegues de la hipocresía tanto moral como social de su ciudad natal, sino también en los de la condición humana en general. Sin duda alguna, sigue siendo referente no solo como autor, sino también como maestro, tallerista y formador de innumerables generaciones en distintos puntos cardinales del país, los cuales hoy tienen vigencia, obra y reconocimiento.
David Ojeda escribió cuento, ensayo, novela, fue investigador y promotor cultural. Aunque lejos de esa influyente figura, como ser humano fue lo más cercano a un niño juguetón: le gustaban las bromas y los chistes, decía siempre que una persona que no reía, no era digna de confianza. Siempre mostró una inquietud intelectual indomable y una curiosidad casi obsesiva por las innovaciones tecnológicas, al grado de querer tenerlas, casi de inmediato, para saber su funcionamiento.
Si en sus gustos literarios daba muestra de amplio conocimiento y buen gusto, en lo musical era similar, tuvo el oído necesario como para ser fan de los Beatles, más allá de lo que la pantalla de la fama ofrecía, de Ray Davies y Los Kinks, que aunque no tuvieron el eco de los primeros en América, sí crecieron musicalmente a la par de las bandas de su generación. Fue fan de David Byrne y sus Talking Heads o bien, de Mark Knopfler y sus Dire Straits, rock de altura, sin duda.
Siempre estuvo rodeado de libros, discos, películas y de instrumentos musicales. Fue dueño de una batería que, generosamente después obsequió sin más, un par de guitarra eléctricas y otro de acústicas: una española y otra de doce cuerdas, amplificadores, varios panderos, bongós y claves, pero lo suyo, lo suyo era ponerle estilo a la voz, pues lo mismo podía entonar a ronco pecho la contundente lineal inicial de Don´t let me down, que con toda suavidad comenzar There a places I remember e In my life, ambas de los Beatles.
iPhone
El logro de contener en un dispositivo pequeño y portátil, canciones, videos, películas, y comunicarse con otros, supuso una revolución que, en mucho se asemeja al Aleph borgiano: todo en un punto y a disposición de quien lo deseé. Si Alva Edison conquistó lo impensable, Steve Jobs se volvió el artífice de un universo condensado de posibilidades que le han cambiado la faz al mundo y a su manera de relacionarse en este siglo XXI.
En septiembre de 2014, Apple lanzó la versión 6 de su iPhone. Tres meses después, el músico José Antonio “Toño” Parga grabó en su famoso Estudio Azul, la canción Un tiro, con la letra de Manuel José Othón y la voz de David Ojeda Álvarez a ritmo de blues.
José Antonio Parga es cantautor destacado, trovador, pero también aliado de otras posibilidades como el flamenco, es la figura principal detrás de su Estudio Azul y en algún momento tuvo la idea de invitar escritores a su centro de operaciones para ingresar en otra faceta que un estudio de grabación puede ofrecer, como la de registrar, en voz del autor, su peculiar y única manera de dar vida y sonoridad a su texto.
Así, en su búnker Azul han desfilado artistas de la palabra como el poeta español Joan Margarit, el argentino Jorge Boccanera, el portugués Nuno Júdice, los mexicanos Jorge Humberto Chávez (premio Aguascalientes, 2013) y el fenecido poeta queretano, Luis Alberto Arellano.
David Ojeda entró en el Estudio Azul, pues tenía la idea de incorporar un disco a lo que iba a ser su novela más reciente, titulada de manera tentativa Blues del fuego, disco que llevaría musicalizados los sonetos de La noche rústica de Walpurgis de Manuel José Othón, y que aparecerían al final de cada capítulo de la novela del narrador potosino. En lo concerniente a la musicalización de los sonetos, participaría Toño Parga y sí, efectivamente, llevaría el espíritu del blues.
De ese paso, lamentablemente, solo se concretó Un tiro, pieza que dura 3 minutos con tres segundos. Abre con el sabor de un blues contagioso, virulento, que como todo buen blues obliga a chasquear los dedos y a mover los pies para llevar su ritmo.
Cuando aparece la voz de Ojeda en la estrofa inicial, se aprecia una voz entonada que lleva el groove de la pieza, y un vibrato al final de cada verso con un toque peculiar. Repentinamente, en el estribillo explota un nuevo Ojeda de intervención decidida, como muy seguramente el frontman que pudo haber sido, cuando suelta con dominio de causa: “Será la bala rápida y certera, que pone fin a la existencia humana, o el golpe salvador que en lucha insana asesta el montañés sobre la fiera”. Sin duda, estribillo de línea melódica que resignifica los versos othonianos con una buena dosis de negritud y frescura. Después, le toca el turno a Parga, un par de estrofas en donde da muestra de su oficio y naturalidad con el canto, para dar paso otra vez al estribillo, en el que ambos establecen un diálogo ondulante y filoso. Luego, el solo de Marco Antonio Bandín que lleva en su escala el beat preciso para que al concluir aparezca el coloquio bluesero que cierra: “Ese ruido mortífero y tonante hace temblar al alma sorprendida… lo producen lo mismo el caminante, el guarda, el asesino y el suicida…”, y ya en el último verso, mientras Parga se enfila para concluir, aparece otro Ojeda, el tercero, el que es juguetón y que se separa de la línea de la canción para hacer guturalidades, esas que el propio Parga llama en son de broma “davidmoniácas”, y que terminan por darle un cierre chispeante a la pieza de tres minutos con tres segundos.
Bluethoot
David Ojeda siempre quiso echar a andar una Noche de Walpurgis lejos de la ciudad, en algún lugar en donde hubiera buenos amigos, buena comida, literatura y, desde luego música; leer polifónicamente La noche rústica e invocar a Calíope y a Euterpe, pero también a nahuales y brujas y hacer del tránsito del 30 de abril al uno de mayo una mezcla sutil pero poderosa, igual que la de las runas Hagall y Berkana en un solo símbolo, como el que representa a la actual fusión etérea entre dispositivos móviles, gracias a la tecnología.
En este 2020, David Ojeda hubiera cumplido 70 años. No alcanzó a celebrarlos en vida, pero muy seguramente lo hará donde quiera que se encuentre, festejando la mágica Noche de Walpurgis, esa en la que todo podría ser posible, esa en la que podrían estar sentados en la misma mesa Edison y Jobs intercambiando opiniones, mientras Ray Vaughan rasga un blues en su guitarra, y detrás de un micrófono, Othón y el cumpleañero ensayan los coros para armar un dúo de antología.
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