Por JUAN ANTONIO ALFARO
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si arrojas una piedra en el espacio vibra el tiempo
eso dicen y eso quisimos comprobar como una fórmula para tentar al futuro o
como método para medir las extensiones de los pastos el mundo oculto igual a
una idea radiante en caso de que alguien quisiera teorizar sobre nuestra
impermanencia sin júbilo pero con experiencia de tránsito con las puntas de los
dedos más rápidos que nuestra propia sombra
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deseamos una pequeña catástrofe que nos haga pensar
que flotamos en el espacio y que no estamos sumergidos en el fondo del mar con
la cabeza enterrada en la arena empantanados como un par de islas blancas y
desconocidas
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lo propio de cualquier historia es conservar su
flujo hundirse luego implosionar hasta dejar un basural en las aguas termales
del que se ahoga dibujarle una cisterna un tanque de oxígeno a la espera de
bonzos de realidad en medio de una laguna lechosa
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en el sueño cansados de la paz longitudinal que nos
daba el realismo del mar decidimos construir una pecera a nuestro tamaño y
vivir en ella quedamos atados a ese acrílico atados a la fuerza hidráulica del
agua que huele a desechos minerales a la manera vertical que tiene un
clavadista de disponer su salto al agua y provocar una tragedia
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la palabra que menos interesa es arrecife su clamor inaudible también
ligero y grave su redondez sin presencia en tierra firme su facilidad para
engañar al ojo humano y ser un accidente marítimo fragmento o pieza rota su
facilidad para llamarse pecio y
significar otra cosa cualquier cosa como todas las palabras como todas las
historias
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por otra parte la cantidad de inflorescencia que
compone al brécol romanesco es un número Fibonacci y esa es la belleza que no
se puede usar como no se usan algunas playas todo lo que sean exhalaciones que
se despiden dejando manchas brillantes a lo largo de su coreografía
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así como viene el deshielo vienen las coaliciones de
asteroides alguien golpea la pecera con una puerta una pequeña catástrofe que
se vuelve legendaria demasiado húmeda para segarla
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ahora que respirar se ha vuelto un acto prescindible
no conseguimos dejar de frotarnos los ojos no confiamos en alguien que use
salvavidas nunca confiamos en alguien que no sepa flotar en el espacio
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a estas alturas no recordamos el nombre de la planta
que abunda junto al litoral tampoco entendemos el peso de lo que sedimenta al
fondo de la pecera y crea bacterias pero en el tiempo que da el momento de la
flotación ponemos el límite de la memoria sobre la curvatura del horizonte para
plagiar algo hermoso y con ello decir que escribimos
poemas como prueba irrefutable de nuestra descomposición