Violeta
García
La literatura joven en México pinta bien. Existen excelentes propuestas en todos los géneros y voces diversas que se esmeran por aportar formas de ver y de estructurar cada uno desde su trinchera, y los ejemplos sobran. Sin embargo, en esta ocasión les dejo con un combo doble que seguramente disfrutarán los lectores.
POESÍA:
JUAN ANTONIO ALFARO, “CÁPSULAS, VENADOS”
¿Quién enuncia el poemario “(cápsulas,
venados)”?
Quien quiera que lo haga, enuncia
referencias y ecos a los que da la forma de la soledad y el abismo y la ternura
del cazador y la presa, alternativamente, en una extensión de la semántica.
Durante los poemas, el sujeto se
pregunta, ¿qué es el lenguaje?¿Qué es cuando tiene otras intenciones, qué es
cuando se destruye la convención y al significante se le atribuye otro
significado?¿Qué es, por ejemplo, cuando se traduce, o se juega con sus raíces?
Y esto lo hace con sonidos que va desencajando de las palabras y reordena en una
atmósfera que se enrarece cada vez más, mediante dislexia y afasia e
incapacidad de articular que debe sentirse en un derrame cerebral, en los
sueños o cuando uno ha bebido en exceso. Busca huellas que él mismo ha
plantado, a veces, cazador, a veces el venado y a veces el dios que lo observa
todo, incluso al lector, la voz poética está incrustada de fragmentos de
metralla que son las voces de los otros a los que se ha leído e internalizado y
transformado. El lenguaje es entonces silencio y estridencia y luz cegadora.
Pero no está ahí, es un holograma que solo puede verse a través de un lente.
Observarse observando es lo que hace
Juan Antonio, y lo que mira son pequeños monumentos fúnebres o trofeos robados
a la palabra de otros que cuelgan de las paredes como cabezas de venado,
derribados con tiros certeros, infalibles. Una correspondencia cuya
contestación automática está formada de las letras de esos a quienes admira o
extraña, y que así pueden ofrecerse a sí mismo el consuelo de una respuesta, que
aunque fragmentada, aunque tenga el ritmo de un estertor, proviene
verdaderamente de ellos.
Entonces, ¿dónde se encuentra esa vos
que enuncia “(Cápsulas, venados)”? La voz es como una refracción, pero también
como el tinnitus, viene de adentro.
CUENTO: JOSUÉ SÁNCHEZ, “NO SE TRATA
DEL HAMBRE”
En su libro, Josué transforma las
calles de San Luis Potosí en un enorme banquete al que todos estamos
convidados. Describe meticulosamente la comida, las recetas, los ingredientes,
los procedimientos, las obsesiones culinarias. Nos muestra como en un close up
y en cámara lenta cada bocado, con lujo de sabores y texturas, los rituales de
los alimentos incluyendo sin discriminar platillos gourmet, guisos caseros,
comida chatarra. Vemos duelos de cocina, la necesidad de crear algo perfecto,
la satisfacción de llevar a la mesa un producto bien servido. Y es como si lo probáramos nosotros mismos.
Pero alrededor de este festín de gula,
también están ocurriendo otras cosas. O mejor dicho, se derrumban. Una mordida
a la hamburguesa, un ingrediente cortado por la fina hoja de un cuchillo, son
un esfuerzo por amortiguar la presencia perpetua de la amenaza de perderlo
todo.
Soledad, insuficiencia, falta de aptitud,
aislamiento, fracaso, auto sabotaje, codependencia, son los equilibrios amargos
en la receta propuesta por Josué. Los personajes falsean su propia imagen ante
el espejo, están en negación, al borde de algo que se esfuerzan en pensar, no
es tan dramático. Y aquí también el lector puede degustar, como si estuviera en
primera persona, por sí mismo.
Cada cuento es como llevarse a la boca
un trozo de pizza, y al mismo tiempo que se percibe el queso derritiéndose en
nuestra lengua, saborear también un momento de pánico y angustia existencial
que desaparecerá al toque, ya que todo puede esperar mientras sigamos comiendo,
porque, al final, sí que se trata del hambre.